Automóviles muertos
Al igual que el fragmentario espectáculo de un naufragio,
duermen en los cementerios de máquinas los automóviles,
la enmohecida flor escarlata mide los años y los instantes condensados en cobre,
tan sólo un desconocido trozo de sol se columpia,
como la verdad eterna,
que tampoco es conocida y la cual nos resulta incomprensible,
del mismo modo que el espíritu azulado de la gasolina.
A veces, los esqueletos de metal son humanos, que como chacales en sueños se sobresaltan
despliegan los beneficios de sus pasiones, apetencias y miserias como en un bazar,
y los cadáveres se despiertan en las noches ultramarinas en busca de lechos pecaminosos
de los amantes, prostitutas y ladrones desamparados, sobre quienes las constelaciones del mal echan sus humos.
Al igual que descubrimos debajo de las rocas los restos de las salamandras hace tiempo sepultadas,
algún día cavarán en nuestras necrópolis para desenterrar huesos de metal.
Muchachas con flores sin nombre, sus palmas producen pan, las verdes carreteras
y las nuevas ciudades con explanadas de azur,
en donde desfila el quimérico grifo.
Pero las intranquilas sombras, los rumorosos espectros surgen de debajo la tierra,
de debajo las plazas, de debajo la hierba.
¡Metrópolis,
en la superficie de tus encarnadas murallas reposan
las aladas almas de los automóviles!
duermen en los cementerios de máquinas los automóviles,
la enmohecida flor escarlata mide los años y los instantes condensados en cobre,
tan sólo un desconocido trozo de sol se columpia,
como la verdad eterna,
que tampoco es conocida y la cual nos resulta incomprensible,
del mismo modo que el espíritu azulado de la gasolina.
A veces, los esqueletos de metal son humanos, que como chacales en sueños se sobresaltan
despliegan los beneficios de sus pasiones, apetencias y miserias como en un bazar,
y los cadáveres se despiertan en las noches ultramarinas en busca de lechos pecaminosos
de los amantes, prostitutas y ladrones desamparados, sobre quienes las constelaciones del mal echan sus humos.
Al igual que descubrimos debajo de las rocas los restos de las salamandras hace tiempo sepultadas,
algún día cavarán en nuestras necrópolis para desenterrar huesos de metal.
Muchachas con flores sin nombre, sus palmas producen pan, las verdes carreteras
y las nuevas ciudades con explanadas de azur,
en donde desfila el quimérico grifo.
Pero las intranquilas sombras, los rumorosos espectros surgen de debajo la tierra,
de debajo las plazas, de debajo la hierba.
¡Metrópolis,
en la superficie de tus encarnadas murallas reposan
las aladas almas de los automóviles!
Bogdan Igor Antonech, noviembre de 1935. De Rotatsiy (Rotaciones). Traducción de Iury Lech.
Una iconografía del alma. Poesía ucraniana del siglo XX. Revista Litoral.
2 comentarios:
Poema bem construído, muito interessante.
Obrigado por repartir.
La foto es especatcular.
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