/ El establo de Pegaso: julio 2009

jueves, 30 de julio de 2009

Dos poemas de Márquez San Martín





Puré

Hoy que eres feliz haciendo un puré
no estoy realmente seguro que haya mucho más.

Suena Neil Young
hablando, oh, del café del Abuelo
una y otra vez
Greendale, Greendale.

Realmente, qué más podríamos escuchar?

Así, con todos los relojes a las espaldas
tendré que preguntarte:
Lo más importante del mundo, lo tienes?
Pues no hay mucho más.

Si no estás yendo hacia Acapulco
si no vas hacia Loncura
si no conoces lo que hay que conocer
por favor no te marchites
no desesperes
sal a regar las plantas
invéntate unas plantas que sacarás cuando llueva
y sonríe y llora
para reír fuerte.
Yo nunca volveré
yo nunca volveré no por creerme importante
ni por ser El Loco del Recuerdo
sino porque yo nunca volveré.
Hoy que eres feliz pelando papas
eres cariñosa hasta con las cáscaras que resbalan
impregnadas de tus manos
ya lo sé
la confianza no se compra
ya sé que la neblina es otro tipo de lluvia
y quien no te ama no merece amarte
quien te hace esperar
será derrotado en duelo por el Mundo.
Tus padrinos trasnochadores
se levantarán a la Hora Indicada
y vigilarán tras los árboles
vestidos de carcajadas.
Todo esto que digo es real
y ya ha pasado mil veces.
Nunca más nos veremos
pero esto ya ha pasado mil veces
y siempre a favor.

@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@@

Pantalones


Llegaremos a los últimos edificios, a
los últimos bosques
aunque tengamos los peores pantalones del universo.
Ellos fueron telas para las piernas
y hoy son sólo estas pronunciaciones.
Esos pantalones
eran la cojera que hace importantes a las mesas
y ese amado defecto maravilloso
nos hizo también correr
y retornar
hacia nuestros únicos amores.

Jorge Leonardo Márquez San Martín, Chile.

Blog en el rodea y circunda racionalmente la poesía

miércoles, 29 de julio de 2009

Lubna Ahmed Al Husein condenada a 40 latigazos por llevar pantalones

Lubna, un caso de dominación del cuerpo de la mujer



La periodista sudanesa Lubna Ahmed Al Husein ha sido citada hoy, 29 de julio, para recibir 40 latigazos por vestir una prenda indecente, en concreto, unos pantalones. Los hechos se produjeron a comienzos de julio cuando fue arrestada en un restaurante de Jartum, junto un grupo de mujeres a las que se llevó a la comisaría por este motivo.
Las que la acompañaban en el momento de su detención ya han recibido su castigo porque, a cambio de evitar acudir a juicio, aceptaron una rebaja de la pena a 10 latigazos y una multa de 250 libras sudanesas, unos 70 euros.
Lubna Husein ha asistído a la vista con los mismos pantalones que llevaba el día de su detención y ha comenzado una campaña para cambiar la ley sudanesa y ha decidido dar publicidad a su caso para conseguir la reforma de las leyes.
Las autoridades de Sudán han imputado a otra periodista, Amal Habani, después de que ésta escribiera un artículo criticando el trato que está recibiendo Husein. Su artículo se titulaba Lubna, un caso de dominación del cuerpo de la mujer. Ahora se enfrenta a una pena de varios cientos de miles de euros por calumnias contra la policía.

Facebook de Lubna Ahmed Hussein


La rebelión de una sudanesa contra la ley que le castiga por vestir pantalón


Periodista sudanesa que invitó a la prensa a asistir a su audiencia judicial y azotamiento: Estoy luchando por todas las mujeres

El tema del abuso a las mujeres por parte de la policía del orden público de Sudán [1] adquirió prominencia recientemente en los medios de comunicación de Sudán y otros, después que la periodista de Sudán Lubna Ahmad Hussein y otras 12 mujeres fueron arrestadas en Jartum el 3 de julio del 2009, por llevar puestos pantalones. Dos días más tarde, 10 de las mujeres fueron citadas a la comisaría y recibieron penas de 10 latigazos cada una. Se presentaron cargos contra otras tres, incluida Hussein, por vestimenta y conducta inapropiada.

La Cláusula 152 del derecho penal sudanés demanda hasta 40 latigazos y/o una multa por vestir inadecuadamente, así como por un comportamiento que contraviene las normas aceptadas.

Incidentes de este tipo están bastante extendidos en Sudán, y suelen ser ignorados por los medios de comunicación locales y del mundo. Hussein, sin embargo, decidió llevar el asunto a la atención del público, e imprimió 500 invitaciones para su proceso judicial y su flagelación a la que probablemente sea condenada y las distribuyó a los periodistas y amigos. La medida fue concebida como una protesta contra la citada cláusula de la ley penal, así como también contra las acciones de la policía del orden público, que, ella cree, viola sistemáticamente los derechos humanos de las mujeres sudanesas.

En una entrevista con Al-Arabiyya Tv, Hussein explicó que había entregado las invitaciones, porque de otro modo nadie iba a creer que sería azotada por llevar ropa de calle: "Yo quería que la pena se ejecute en presencia de observadores, a fin de que vean por sí mismos la razón por la cual estaba siendo azotada”. [2]

Organización de Derechos Humanos Árabe: El gobierno sudanés se está vengando de un periodista de oposición

La Red Árabe de Información sobre Derechos Humanos emitió un comunicado condenando el arresto de Hussein y su esperado castigo, llamándolo un acto de venganza en su contra por publicar artículos críticos al gobierno sudanés: "Estas son acusaciones baratas, usadas sólo por los gobiernos tiránicos. El gobierno de Sudán debe demostrar coraje y decir en voz alta que los escritos de esta valiente periodista le han causado vergüenza, en lugar de recurrir a las denuncias y a una indiscriminada venganza, encaminadas básicamente a [silenciarla]. Las leyes de la ordenanza pública en Sudán se encuentran entre las más discriminatorias contra las mujeres sudanesas. Estas violan varias libertades básicas que deberían ser el derecho de todo ciudadano. Estas leyes, dirigidas en contra de las mujeres trabajadoras y estudiantes, se promulgaron expresamente para perseguirlas, humillarlas y privarlas de la libertad, y distanciarlas de la vida pública. Y ahora, la policía ha ideado una manera de utilizar estas leyes contra una periodista opositora. [3]

Lubna Ahmad Hussein: La ley es la sentencia de muerte por la sociedad contra las familias de las muchachas

En Facebook, Hussein publicó una carta a sus partidarios en donde clarificó que su objetivo era avivar un escándalo alrededor de su caso, para exponer la inaguantable realidad enfrentada por las mujeres sudanesas debido a la legislación penal del país. Ella escribió: [4] "Les estoy muy agradecida a todos, y quiero hacerles saber cuan feliz estoy de tener su solidaridad. Espero que [este caso] arroje luz sobre la Cláusula 152 de la ley penal de Sudán de 1991.

"Esto no es una cuestión de ataque personal contra mí como periodista, ni de preservar mi dignidad personal. Lejos de esta... el tema ha adquirido un carácter diferente, [y yo llamo] al público a que sea [mi] testigo y [juzgue por sí mismo si este incidente] es una vergüenza para mí o para la policía del orden público. Ustedes decidirán después de escuchar los cargos y los testigos de la parte acusatoria, en lugar de [sólo] mi lado de la historia.

"Mi caso es el mismo que el de las 10 jóvenes mujeres azotadas ese día, así como también de decenas, cientos y quizás miles de otras azotadas en los tribunales de orden público a causa de su vestimenta, día tras día, mes tras mes y año tras año. Surgen de ahí desanimadas, porque la sociedad no cree en ellas - de hecho, nunca creen que una chica pueda ser azotada sólo por la forma en que viste.

"El resultado [de este castigo] es la sentencia de muerte por [la sociedad] contra la familia de la muchacha, ya que para sus padres significa un ataque de diabetes, hipertensión o insuficiencia cardiaca. [Piensen sólo] en el estado emocional de la muchacha, y la desgracia que le seguirá por el resto de su vida - y todo porque [usó] pantalones. El número [de víctimas] seguirá aumentando, porque la sociedad se niega a creer que una muchacha o una mujer puede ser azotada por lo que lleva puesto".

"He impreso 500 invitaciones - quiero que todos estén presentes"

"Esta es la razón del por que he impreso 500 invitaciones [a la audiencia del tribunal por mi caso]. Quiero que todos estén presentes - mis simpatizantes, amigos y familiares, así como también quienes se exaltan en mi desgracia. Es una invitación abierta al público. No he descrito el incidente [que llevó a mi detención] en detalle, ya que [quiero] que la gente escuche con sus propios oídos y vea con sus propios ojos los cargos, así como también los testigos de la parte acusadora, en lugar de sólo mi lado de la historia".

"Veamos qué es lo [verdaderamente] inadecuado: La ropa usada por mí y por las muchachas que fueron azotadas - o la farsa"

"[Este incidente] plantea varias cuestiones, tales como: ¿Por qué algunas personas fueron detenidas, pero otras no? Esta cuestión debería ser cargada a la policía o a la parte acusadora. Veamos lo que el público decidirá. Veamos que es [verdaderamente] inapropiado: la ropa usada por mí y por las muchachas que fueron azotadas, o la farsa reproducida una y otra vez por la [policía del orden público] - mientras que ninguna mujer se atreve a protestar, ya que todas temen al escándalo y la conmoción que esto pudiera causarle a sus padres.

"El problema radica en la Cláusula 152 de la ley penal, la cual sentencia a [las mujeres] a 40 latigazos o a una multa, o ambos por vestir inadecuadamente, sin precisar exactamente lo que es.

"Por otra parte, el título de esta cláusula,"Comportamiento Vergonzoso", "[merece una mención especial]. Intenten imaginar lo que viene a la mente cuando escuchan que una mujer ha sido azotada por un comportamiento vergonzoso en las instalaciones de los aparatos del orden público. Es a esto que quería que el público fuese testigo.

"Permítanles escuchar los cargos y a los testigos de la parte acusadora. En cuanto a mí, no voy a decir nada a la corte, excepto 'Sí, es cierto'. Que se sepa qué delito he cometido".

Lubna Ahmad Hussein

Khartoum, Sudán,
11 de julio, 2009".

Tomado de MEMRI comunicados

Ulises de Alfred Tennyson



Ulises

De nada sirve que viva como un rey inútil
junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,
el consorte de una anciana, inventando y decidiendo
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta, y no sabe quién soy.
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado
mucho, he sufrido mucho, con quienes
me amaban o en soledad; en la costa y cuando
con veloces corrientes las constelaciones de la lluvia
irritaban el mar oscuro. He llegado a ser famoso;
pues siempre en camino, impulsado por un corazón hambriento,
he visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres
y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos,
no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en todas;
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,
allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya.
Formo parte de todo lo que he visto;
y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual
se vislumbra un mundo ignoto, cuyo horizonte huye
una y otra vez cuando avanzo.
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra
sería del todo insuficiente, y de la única que tengo
me queda poco; pero cada hora me rescata
del silencio eterno, añade algo,
trae algo nuevo; y sería despreciable
guardarme y cuidarme el tiempo de tres soles,
y refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,
más allá del límite más extremo del pensamiento humano.

Éste es mi hijo, mi propio Telémaco,
a quien dejo el cetro y esta isla.
Lo quiero mucho; tiene el criterio para triunfar
en esta labor, para civilizar con prudente paciencia
a un pueblo rudo, y para llevarlos lentamente
a que se sometan a lo que es útil y bueno.
Es del todo impecable, dedicado completamente
a los intereses comunes, y se puede confiar
en que sea compasivo y cumpla los ritos
con que se adora a los dioses tutelares
cuando me haya ido. Él hace lo suyo, yo, lo mío.

Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;
allí llama el amplio y oscuro mar. Vosotros, mis marineros,
almas que habéis trabajado y sufrido y pensado junto a mí,
y que siempre tuvisteis una alegre bienvenida
tanto para los truenos como para el día despejado, recibiéndolos
con corazones libres e inteligencias libres, vosotros y yo hemos envejecido.
La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,
alguna labor excelente y notable, todavía puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.
Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos
lamentos son ya de muchas voces. Venid, amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden hiramos
los resonantes survos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.
A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho; y, a pesar
de que no tenemos ahora el vigor que antaño
movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.

Versión de Randolph D. Pope

Ulysses



It little profits that an idle king,
By this still hearth, among these barren crags,
Match'd with an aged wife, I mete and dole
Unequal laws unto a savage race,
That hoard, and sleep, and feed, and know not me.
I cannot rest from travel: I will drink
Life to the lees: All times I have enjoy'd
Greatly, have suffer'd greatly, both with those
That loved me, and alone, on shore, and when
Thro' scudding drifts the rainy Hyades
Vext the dim sea: I am become a name;
For always roaming with a hungry heart
Much have I seen and known; cities of men
And manners, climates, councils, governments,
Myself not least, but honour'd of them all;
And drunk delight of battle with my peers,
Far on the ringing plains of windy Troy.
I am a part of all that I have met;
Yet all experience is an arch wherethro'
Gleams that untravell'd world whose margin fades
For ever and forever when I move.
How dull it is to pause, to make an end,
To rust unburnish'd, not to shine in use!
As tho' to breathe were life! Life piled on life
Were all too little, and of one to me
Little remains: but every hour is saved
From that eternal silence, something more,
A bringer of new things; and vile it were
For some three suns to store and hoard myself,
And this gray spirit yearning in desire
To follow knowledge like a sinking star,
Beyond the utmost bound of human thought.

This is my son, mine own Telemachus,
To whom I leave the sceptre and the isle,--
Well-loved of me, discerning to fulfil
This labour, by slow prudence to make mild
A rugged people, and thro' soft degrees
Subdue them to the useful and the good.
Most blameless is he, centred in the sphere
Of common duties, decent not to fail
In offices of tenderness, and pay
Meet adoration to my household gods,
When I am gone. He works his work, I mine.

There lies the port; the vessel puffs her sail:
There gloom the dark, broad seas. My mariners,
Souls that have toil'd, and wrought, and thought with me--
That ever with a frolic welcome took
The thunder and the sunshine, and opposed
Free hearts, free foreheads--you and I are old;
Old age hath yet his honour and his toil;
Death closes all: but something ere the end,
Some work of noble note, may yet be done,
Not unbecoming men that strove with Gods.
The lights begin to twinkle from the rocks:
The long day wanes: the slow moon climbs: the deep
Moans round with many voices. Come, my friends,
'T is not too late to seek a newer world.
Push off, and sitting well in order smite
The sounding furrows; for my purpose holds
To sail beyond the sunset, and the baths
Of all the western stars, until I die.
It may be that the gulfs will wash us down:
It may be we shall touch the Happy Isles,
And see the great Achilles, whom we knew.
Tho' much is taken, much abides; and tho'
We are not now that strength which in old days
Moved earth and heaven, that which we are, we are;
One equal temper of heroic hearts,
Made weak by time and fate, but strong in will
To strive, to seek, to find, and not to yield.

Alfred Tennyson (1809-1892):


La estrofa final de este poema aparece inscrita en una cruz de madera levantada en el estrecho de McMurdo, en la Antártida, recordando al explorador Robert Falcon Scott y su expedición, que murieron en el Polo Sur en 1912.

domingo, 26 de julio de 2009

Tres poemas de Blanca Varela


Pintura de Remedios Varo


Poderes mágicos


No importa la hora ni el día
se cierran los ojos
se dan tres golpes con el
pie en el suelo,
se abren los ojos
y todo sigue exactamente igual


El rayo ha perfumado ferozmente nuestra casa...

II
El rayo ha perfumado ferozmente nuestra casa.
Tenemos sed, tenemos prisa por golpear
con el hueso de una flor en la tiniebla.
Hay un árbol talado en esta historia.
Contemplamos el cielo. No hay señales.
¿Es de día? ¿Es de noche?
Murió la araña que medía el tiempo,
sólo hay un viejo muro y una nueva familia de sombras.


Mediodía

Todo está preparado para el sacrificio.
La res muge en el templo de adobe.
Lágrima dura y roja,
canchales de fuego,
silencio y olor fuerte de girasol,
de gallos coronados.

Ni una hoja caerá,
sólo la especie cae,
y el fruto cae envenenado por el aire.

No hay centro,
son flores terribles
todos estos rostros clavados en la piedra,
astros revueltos, sin voluntad.

Ni una hora de paz en este inmenso día.
La luz crudelísima devora su ración.

El mar está lejano y solo,
la tierra impura y vasta.

Blanca Varela (Lima. 1926-2009)

viernes, 24 de julio de 2009

Denise Levertov

photo: © David Geier

Un arbol habla de Orfeo

Alba blanca. Quietud. Cuando el murmullo empezó
creí que era el viento marino, que llegaba a nuestro valle con rumores
de sal, de horizontes sin árboles. Pero la niebla blanca
no se agitó; las hojas de mis hermanos permanecieron extendidas
inmóviles.
Pero el murmullo se acercó más, y entonces
mis propias ramas externas comenzaron a estremecerse, casi como si
un fuego ardiera por debajo, demasiado cerca, y retorciera y secara
sus puntas.
Mas yo no temía, sólo
estaba profundamente alerta.

Fui quien primero lo vio, pues crecí
en el pasto de la ladera, más allá de la floresta.
Era un hombre, según parecía: los dos
tallos balanceándose, el tronco corto, las dos
ramas—brazos, flexibles, con cinco varas cada una,
sin hojas en la punta,
y la cabeza coronada de pasto pardo u oro,
portando un rostro no como el rostro afilado de un pájaro
sino como el de una flor.
Llevaba un haz de
ramas curvas, cortadas aún verdes,
guías de parra firmemente tensadas a lo ancho. De ahí,
cuando lo tocaba, y de su voz
que a diferencia de la voz del viento no necesitaba de nuestras
hojas y ramas para completar su sonido,
venía el murmullo.
Pero ya no era un murmullo (se había acercado y
detenido en mi primera sombra) era una ola que me bañaba
como si la lluvia
se levantara y me envolviera
en vez de caer.
Y lo que sentí ya no fue un zumbido seco:
Yo parecía cantar mientras él cantaba, parecía saber
lo que sabe la alondra; toda mi savia
se elevaba hacia el sol que para entonces
había subido, la niebla ascendía, el pasto
se secaba, pero mis raíces sentían que la música las humedecía
en lo hondo de la tierra.
Se acercó todavía más, se apoyó en mi tronco:
la corteza tembló como una hoja aún doblada.
¡Música! Ni una rama mía dejaba de
temblar de gozo y de miedo.
Luego al cantar
ya no eran sólo sonidos los que hacían la música:
hablaba, y mientras ningún árbol escuchaba, yo escuché, y el lenguaje
penetró en mis raíces
desde la tierra,
en mi corteza
desde aire,
en los poros de mis brotes más verdes
suavemente como rocío
y no había palabra que él cantara cuyo significado yo desconociera.
Habló de viajes,
de donde el sol y la luna van mientras nosotros permanecemos
de pie en la oscuridad,
de un viaje a la tierra que soñaba hacer algún día
más hondo que las raíces...
Habló de los sueños del hombre, de las guerras, pasiones, pesares,
y yo, un árbol, entendí las palabras —ah, parecía
como si mi gruesa corteza se quebrara como un árbol joven que
crece demasiado rápido en la primavera
cuando lo hiere una helada tardía.
El fuego cantaba,
aquel que los árboles temen, y yo, árbol, gozaba en sus llamas.
Brotes nuevos despuntaron aunque era pleno verano.
Como si su lira (ahora sabía su nombre)
fuera fuego y nieve a la vez, sus cuerdas se inflamaban
hasta alcanzar mi copa.
Fui semilla de nuevo
Fui helecho en el lodo.
Fui carbón.
Y en el corazón de mi madera
(tan cerca estuve de volverme hombre o dios)
había una especie de silencio, una especie de enfermedad,
algo parecido a lo que los hombres llaman tedio,
algo
(el poema descendió una escala, un arroyo sobre piedras)
que da frío a la vela
enmedio de su ardor, dijo.
Fue entonces,
en el esplendor de su poder que
me alcanzó y cambió
cuando pensé que caería extendido,
que el cantor comenzó
a dejarme. Lentamente
abandonó mi sombra meridiana
hacia la luz franca,
las palabras saltando y bailando sobre sus hombros
una vez más
curva fluvial de los tonos de la lira volviéndose
lentamente otra vez
murmullo.
Y yo
aterrado
pero sin dudar lo
que debía hacer
angustiado, a prisa,
desencajé de la tierra raíz tras raíz,
el suelo alzándose y agrietándose, el musgo haciéndose pedazos
y detrás de mí, los otros: mis hermanos
olvidados desde el alba. En la floresta
ellos también habían oído,
y arrancaban sus raíces con dolor
después de mil años de capas de hojas muertas,
haciendo rodar las rocas,
huyendo de
sus
profundidades.
Se hubiera podido pensar que perderíamos el sonido de la lira,
del canto
tan terribles eran los sonidos de la tormenta, allí donde no había tormenta
ni viento sino la embestida de nuestras
ramas moviéndose, de nuestros troncos luchando con el aire.
¡Pero la música!
La música nos alcanzó.
Torpemente,
tropezando con nuestras propias raíces,
haciendo crujir nuestras hojas
en respuesta,
nos movimos, lo seguimos.

El día entero lo seguimos, arriba y abajo, de la colina.
Aprendimos a bailar,
pues se detenía allí donde el terreno era plano,
y las palabras que dijo
nos enseñaron a saltar y a curvarnos hacia adentro y hacia afuera
alrededor uno del otro en figuras que el compás de la lira diseñaba.
El cantor
rió hasta las lágrimas al vernos, tan contento estaba.
Al anochecer
vinimos a este lugar en el que estoy parado, a esta loma
con su arboleda ancestral que era entonces simple pasto.
Con la última luz de ese día su canto se volvió
despedida.
Silenció nuestro anhelo.
Cantando sumergió en la tierra nuestras raíces secas de sol,
las regó: toda la noche llovió música tan callada
que casi no podíamos
oírla en la
oscuridad sin luna.
Con el alba se fue.
Hemos permanecido aquí desde entonces,
en nuestra nueva vida.
Hemos esperado.
No regresa.
Se dice que hizo su viaje hacia la tierra, y perdió
lo que buscaba.
Se dice que lo talaron
y cortaron sus miembros para leña.
Y se dice
que su cabeza todavía cantaba y que fue arrastrada por el mar cantando.
Quizá no vuelva.
Pero lo que hemos vivido
vuelve a nosotros.
Vemos más.
Sentimos mientras nuestros anillos crecen,
que algo levanta nuestras ramas, y empuja nuestras puntas más
distantes
aún más lejos.
El viento, los pájaros,
no suenan más pobres sino más claros,
recordando nuestra agonía, y la forma en que bailamos.
¡La música!


Denise Levertov Traducción de Patricia Gola


A Tree Telling of Orpheus


White dawn. Stillness. When the rippling began
I took it for a sea-wind, coming to our valley with rumors
of salt, of treeless horizons. but the white fog
didn't stir; the leaved of my brothers remained outstretched,
unmoving.

Yet the rippling drew nearer - and then
my own outermost branches began to tingle, almost as if
fire had been lit below them, too close, and their twig-tips
were drying and curling.
Yet I was not afraid, only
deeply alert.

I was the first to see him, for I grew
out on the pasture slope, beyond the forest.
He was a man, it seemed: the two
moving stems, the short trunk, the two
arm-branches, flexible, each with five leafless
twigs at their ends,
and the head that's crowned by brown or gold grass,
bearing a face not like the beaked face of a bird,
more like a flower's.
He carried a burden made of
some cut branch bent while it was green,
strands of a vine tight-stretched across it. From this,
when he touched it, and from his voice
which unlike the wind's voice had no need of our
leaves and branches to complete its sound,
came the ripple.
But it was now no longer a ripple (he had come near and
stopped in my first shadow) it was a wave that bathed me
as if rain
rose from below and around me
instead of falling.
And what I felt was no longer a dry tingling:
I seemed to be singing as he sang, I seemed to know
what the lark knows; all my sap
was mounting towards the sun that by now
had risen, the mist was rising, the grass
was drying, yet my roots felt music moisten them
deep under earth.

He came still closer, leaned on my trunk:
the bark thrilled like a leaf still-folded.
Music! there was no twig of me not
trembling with joy and fear.

Then as he sang
it was no longer sounds only that made the music:
he spoke, and as no tree listens I listened, and language
came into my roots
out of the earth,
into my bark
out of the air,
into the pores of my greenest shoots
gently as dew
and there was no word he sang but I knew its meaning.
He told of journeys,
of where sun and moon go while we stand in dark,
of an earth-journey he dreamed he would take some day
deeper than roots...
He told of the dreams of man, wars, passions, griefs,
and I, a tree, understood words - ah, it seemed
my thick bark would split like a sapling's that
grew too fast in the spring
when a late frost wounds it.

Fire he sang,
that trees fear, and I, a tree, rejoiced in its flames.
New buds broke forth from me though it was full summer.
As though his lyre (now I knew its name)
were both frost and fire, its chord flamed
up to the crown of me.

I was seed again.
I was fern in the swamp.
I was coal.

And at the heart of my wood
(so close I was to becoming man or god)
there was a kind of silence, a kind of sickness,
something akin to what men call boredom,
something
(the poem descended a scale, a stream over stones)
that gives to a candle a coldness
in the midst of its burning, he said.

It was then,
when in the blaze of his power that
reached me and changed me
I thought I should fall my length,
that the singer began
to leave me. Slowly
moved from my noon shadow
to open light,
words leaping and dancing over his shoulders
back to me
rivery sweep of lyre-tones becoming
slowly again
ripple.

And I in terror
but not in doubt of
what I must do
in anguish, in haste,
wrenched from the earth root after root,
the soil heaving and cracking, the moss tearing asunder -
and behind me the others: my brothers
forgotten since dawn. In the forest
they too had heard,
and were pulling their roots in pain
out of a thousand year's layers of dead leaves,
rolling the rocks away,
breaking themselves
out of
their depths.

You would have thought we would lose the sound of the lyre,
of the singing
so dreadful the storm-sounds were, where there was no storm,
no wind but the rush of our
branches moving, our trunks breasting the air.
But the music!
The music reached us.
Clumsily,
stumbling over our own roots,
rustling our leaves
in answer,
we moved, we followed.

All day we followed, up hill and down.
We learned to dance,
for he would stop, where the ground was flat,
and words he said
taught us to leap and to wind in and out
around one another in figures the lyre's measure designed.

The singer
laughed till he wept to see us, he was so glad.
At sunset
we came to this place I stand in, this knoll
with its ancient grove that was bare grass then.
In the last light of that day his song became
farewell.
He stilled our longing.
He sang our sun-dried roots back into earth,
watered them: all-night rain of music so quiet
we could almost
not hear it in the
moonless dark.
By dawn he was gone.
We have stood here since,
in our new life.
We have waited.
He does not return.
It is said he made his earth-journey, and lost
what he sought.
It is said they felled him
and cut up his limbs for firewood.
And it is said
his head still sang and was swept out to sea singing.
Perhaps he will not return.
But what we have lived
comes back to us.
We see more.
We feel, as our rings increase,
something that lifts our branches, that stretches our furthest
leaf-tips
further.
The wind, the birds,
do not sound poorer but clearer,
recalling our agony, and the way we danced.
The music!
Denise Levertov (1923–1997)

Denise Levertov lee sus poemas

jueves, 23 de julio de 2009

Mancias

Guarda tu corazón de la dulzura del verano y del vino


Fotografía de Ana Teresa Ortega

Por la noche se acercaba furtiva a los graneros,
mi pequeña Ursula era aficionada a toda clase de mancias,
escuchaba atenta el chillido de las ratas,
y percibía lo que quería saber.
Decía que el método era certero,
que estos animales siempre contestaban,
porque olían en el cuerpo el deseo y el abismo.
Mi pequeña Ursula adivinó así
la abundancia en la cosecha de vino,
el día exacto de la crecida del río.
Adivinó mucho más, pero decía
que las ratas le pedían que guardara silencio.
Predecía también a través de los aullidos de las bestias,
y del canto o el vuelo de las aves,
porque mi pequeña Ursula era aficionada a toda clase de mancias.
Un día se pinchó con un rosal el dedo de Saturno
y barruntó la proximidad de su partida.
Por la mañana paseaba en el jardín
y al atardecer descansaba en la hierba.
Esa noche se fue.
Guarda tu corazón de la dulzura del verano y del vino.

domingo, 19 de julio de 2009

Caminando sobre la luna 40 años después


De astronautas, sacerdotisas, poetas y otros seres lunares. De la cara visible a la oculta





El 16 de julio de 1969 el ´Apolo 11´ partía hacia la Luna desde Cabo Cañaveral. La nave llegó cuatro días después, tras un viaje de cuatrocientos mil kilómetros. Luego vino la huella de Armstrong y su célebre frase: "Es un pequeño paso para el hombre, un salto gigante para la Humanidad". Pero antes hubo mitos, leyendas, poemas... y el viaje cinematográfico de Georges Méliès. Vamos a caminar sobre la luna recorriendo lugares con nombres tan evocadores como el Mar de la Tranquilidad, de la Serpiente, de la Fertilidad o de la Crisis, el Lago de la Soledad y de los Sueños, la Bahía de la Aspereza y del Rocio, por los Montes de Arquimedes...

Walking on the moon (Caminando sobre la luna) de Police.



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El muerto y la luna
Cuento sandé

Un anciano ve un muerto sobre el que caía la claridad de la luna. Reúne gran número de animales y les dice: ¿Cuál de vosotros, valientes, quiere encargarse de pasar el muerto o la luna a la otra orilla del río? Dos tortugas se presentan: la primera, que tiene las patas largas, carga con la luna y llega sana y salva con ella a la orilla opuesta; la otra, que tiene las patas cortas, carga con el muerto y se ahoga.
Por eso la luna muerta reaparece todos los días, y el hombre que muere no vuelve nunca.

Blaise Cendrars (1887-1961) Antología negra, volumen de relatos de la tradición oral africana.

El origen de la muerte
Cuento hotentote

Una vez la Luna llamó a un insecto y le dijo:
- Anda donde los hombres y diles que así como yo muero y después de morir vuelvo a vivir, así también ustedes morirán y después volverán a vivir.
El insecto partió llevando el mensaje, pero en su trayecto, fue alcanzado por una liebre que le preguntó:
- ¿Qué cosa te han encomendado?
El insecto le respondió:
- La Luna me ha mandado a decirles a los hombres que así como ella muere y después vuelve a vivir, así ellos también morirán y volverán a vivir.
La liebre le dijo:
- Como tú eres un pésimo corredor, déjame cumplir esa misión a mí.
Con esas palabras la liebre se fue corriendo y cuando llegó donde los hombres les dijo:
- Fui enviado por la Luna para decirles lo siguiente: Así como yo muero y nunca más vivo, del mismo modo ustedes morirán y perecerán.
La liebre en su regreso se dirigió hacia la Luna y le dijo el mensaje que había transmitido a los hombres. La Luna la reprochó muy encolerizada.
- ¿Cómo te has atrevido a decirle a la gente algo que yo no he dicho nunca?
Con esas palabras la Luna agarró un palo y le golpeó la nariz a la Liebre. Desde ese día la nariz de las liebres ha estado cortada y los hombres creen en lo que les dijo la liebre.

Selección y traducción de Diego Martínez Lora

El origen de las diferencias entre el Sol y la luna
Cuento de Senegal

Hace mucho tiempo sucedió que estaban bañándose desnudas las madres de la Luna y el Sol con ambas luminarias. Mientras el Sol mantuvo una actitud pudorosa, y no dirigió su mirada ni un instante hacia la desnudez de su progenitura, la Luna, en cambio, no tuvo reparos en observar la desnudez de su madre. Después de salir del baño, le fue dicho al Sol: "Hijo mío, siempre me has respetado y deseo que la única, y poderosa deidad, te bendiga por ello. Tus ojos se apartaron de mí mientras me bañaba desnuda y, por ello, quiero que desde ahora, ningún ser vivo pueda mirarte a ti sin que su vista quede dañada".
Y a la Luna le fue dicho: "Hija mía, tú no me has respetado mientras me bañaba. Me has mirado fijamente, como si fuera un objeto brillante y, por ello, yo quiero que, a partir de ahora, todos los seres te miren sin reparos.

Tomado de Cuentos Africanos

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Piedra luna


Fragmento de la ópera Norma de Bellini interpretado por Maria Callas

En el año 50 a. C. con la Galia ocupada por el Imperio Romano. Por la noche, los druidas se reunen en el bosque sagrado, la sacerdotisa Norma invoca a la Diosa lunar.


Norma: Casta Diva, che inargenti / queste sacre antiche piante, / a noi volgi il bel sembiante / senza nube e senza vel.
Coro: Casta Diva, che inargenti / queste sacre antiche piante, / a noi volgi il bel sembiante / senza nube e senza vel!
Norma: Tempra, o Diva, / tempra tu de’ cori ardenti, / tempra ancora lo zelo audace. / Spargi in terra quella pace / che regnar tu fai nel ciel.
Coro: Diva, spargi in terra / quella pace che regnar / tu fai nel ciel.

Castellano:

Norma: Casta Diosa, que plateas / estas antiguas plantas sagradas, / vuelve a nosotros tu hermoso rostro / sin nubes ni velos.
Coro: Casta Diosa, que plateas / estas antiguas plantas sagradas, / vuelve a nosotros tu hermoso rostro / sin nubes ni velos.
Norma: Templa, oh Diosa, / templa tú los corazones ardientes, / templa aún el celo audaz. / Derrama sobre la tierra aquella paz / que haces reinar en el cielo.
Coro: Diosa, derrama sobre la tierra / aquella paz que haces / reinar en el cielo.





La Luna
poema de jaime Sabines

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

Jaime Sabines

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The Great Gig in the Sky (El Gran Concierto en el Cielo), quinto tema del álbum The Dark Side of the Moon, (La cara oculta de la Luna) de Pink Floyd.



@O@O@O@O@O@O



En 1902 Georges Méliès rodó Viaje a la luna, una película de 14 minutos que narra la aventura de un grupo de científicos que viaja hasta este satélite en una nave propulsada desde un cañon y que termina incrustada en uno de sus ojos. Durante la travesía van viendo todo tipo de seres imaginarios, y cuando alunizan se encuentran con selenitas , que le acompañan en su viaje de regreso. Es el comienzo de la historia del cine.




Deja tu huella


Seguiremos caminando...

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PRIMERA HUELLA
Lua, dibujo y poema de Nicolau Saião



Há palavras que toda a gente conhece
que são quase comuns a todas as pessoas
Palavras propagadas através da gelada
superfície dos números e dos tempos
que nos cercam com o seu peso imaginário
de coisas construídas.


Por vezes um cadáver entre as pontes
justifica a grande evidência.


Pensemos na palavra Lua por exemplo.
Não há ninguém que não saiba o que é a Lua.
Por presença constante em todos os espaços
paralela ao ser dos seres e dos signos
de aqui até ao infinito
a olhamos de verbo a verbo.
Mas meditemos


no que efectivamente significa
- ela e o seu rumor transposto
ela e o silêncio multiplicado
da sua imagem mortal.


No fundo nada significa
A não ser pelo oculto existir do sensível
plano da luz e da penumbra
no mundo das cidades.


Está no alto é verdade emitindo ruídos
tão nítidos e negros tão débeis na distância
que houve que edificar um espectrómetro sonoro
a fim de lhe captar os arquejos
de animal pré-histórico. Está algures


num deserto da Austrália
esperando pacientemente algo de novo e vital
e o seu rosto escarlate de serpente
não é um objecto mais para o tempo da pedra
e do metal incompletos. Da sua carne
brota um falo por vezes é uma antena
para as plantas e os lagartos perpétuos.


Quantas vezes
o gélido e inquietante murmúrio das areias
se confundiu na sua brancura devastada?
Ei-lo no descampado: uma sombra uma ausência
proibida e sábia
longo e espiralado como um nervo do crâneo
como um rápido sulco fotográfico
no peito em ruínas.


Há rostos ao longe memória de hecatombes.


Não é que a Lua seja inconfessável abismo
embora tenha um corpo projectado e essencial
de vida e morte. Não falemos sequer
nos seus enquadramentos diversos
nas suas presenças repentinas, nos seus credos
ou no fugaz tecido laminar da sua
franja de esquecimento. Apenas
a palavra conta, conquanto nada ultrapasse
o exterior universo do seu Universo próprio.


E ainda
que tudo lhe faculte a impossibilidade
de estar nos outros como em si ou de ser afinal
matéria de febris prestígios
- uma parede trapos velhos carnagem -
não está em nada não reside em nada


- ela não está em nada não rola sobre nada
que da boca não saia quer seja acto ou urina
um rasgão de tiros na noite um vidro a mais
quer seja a incontável câmara do sangue
dos olhos esmagados
das negruras com que o sopro do tempo passa


e flutue
e penetre
e comunique
e seja enfim em todo o lado o segmento infindável

da dúvida.

nicolau saião in “Os objectos inquietantes”(1994)

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Segunda huella

Uxia añadiría Moon over Alabama de Bertolt Brecht y Kurt Weill.


MOON OVER ALABAMA

Show us the way to the next whiskey bar
Don’t ask why
For we must find the next whiskey bar
Or if we don’t find the next whiskey bar
I tell you we must die
I tell you we must die
I tell you - I tell you - I tell you we must die
Oh Moon of Alabama
We now must say goodbye
We’ve lost our good old mama
And must have whiskey … you know why
Oh Moon of Alabama
We now must say goodbye
We’ve lost our good old mama
And must have whiskey … you know why
Show us the way to the next dollar
Don’t ask why
For we must find the next little dollar
Or if we don’t find the next little dollar
I tell you we must die
I tell you we must die
I tell you
I tell you
I tell you we must die
Oh Moon of Alabama
We now must say goodbye
We’ve lost our good old mama
And must have dollar or you know why
Oh Moon of Alabama
We now must say goodbye
We’ve lost our good old mama
And must have dollar or you know why
Oh show us the way to the next little girl
Oh don’t ask why
For we must find the next little girl
Or if we don’t find the next little girl
I tell you we must die
I tell you we must die
I tell you - I tell you
I tell you we must die
Oh moon of Alabama
It’s time to say goodbye
We’ve lost our good old mama
We must have little girl or you know why
Oh moon of Alabama
It’s time to say goodbye
We’ve lost our good old mama
We must have little girl or you know why

viernes, 17 de julio de 2009

Silda Cordoliani



El beso del ángel

–Amigo, son apenas las ocho de la mañana. No me lo permiten. No puedo.
Eso dijo el muchacho que atiende este triste tarantín de playa. Lo que yo respondí lo he olvidado, pero no cabe duda de que logré convencerlo: aquí está la cerveza que tanto necesito, servida en un vaso de cartón que, según él, la disimula. ¡Mi enorme poder de convicción!, lo único que creo haber aprendido en casi quince años de encierro.
Bebo un sorbo y escribo, y ya, con estas pocas frases puedo percatarme de que algún cambio se ha dado: nunca antes para referirme a mi vida pasada hubiera utilizado la palabra «encierro». ¿Fueron estas horas tan definitivas para mí? ¿O es que acaso jamás intenté buscar un adjetivo para lo vivido? ¿O es que acaso eso que llaman cambio ha venido dándose, sin yo notarlo, desde hace tiempo? ¿Por dónde comenzar? Me he sentado a esta mesa sólo para escribir mi experiencia de anoche, desentendiéndome de los treinta adolescentes que a esta hora me esperan en un estrecho salón de clases. Yo, tan responsable, ¿qué estoy haciendo realmente aquí?
Podría empezar por el final, decir que abandoné el magnífico cuartucho mientras ellos dormían abrazados sobre el cálido colchón. Cuerpos desnudos que estuve admirando no sé cuánto tiempo antes de decidirme a salir, huyendo, asustado, como quien teme a su conciencia. Pero yo no tengo nada que temer de mi conciencia: ella nada tiene que reclamarme, ¿o sí? En todo caso, sólo puedo culparme por los treinta pares de ojos que miran insistentemente hacia una puerta por la cual hoy no entrará el profesor. (Borré la palabra «nunca» y puse en su lugar «hoy no»).
Si comienzo por el principio, debería referirme a ella, a la niña. Sergio la llamó así, «la niña». Pero él no sabe nada de niñas. Elisa me pareció más bien un ángel. (IV Concilio de Letrán, 1215: se concluyó que los ángeles carecían de sexo.) Posiblemente Elisa no tenga sexo, aunque su cuerpo sea demasiado semejante al de una mujer.
–Tengo catorce años –eso me dijo cuando le pregunté su edad antes de despedirnos. Antes de que Sergio me arrastrara hasta el bar.
Era una calle estrecha, empinada hacia el cerro. El Remolino alumbraba con su verde luz de neón buena parte del barrio miserable. ¿Qué intentaba Sergio con ese hablar y hablar acerca de las sorpresas maravillosas que deparaba la vida y de las que nosotros habíamos estado excluidos? Quizás sólo tranquilizarme, aunque no era necesario. La calle no me asustaba, y si se trataba de Elisa, yo la había percibido como un ángel, y ya sabía también que ni siquiera el rostro de los ángeles está libre de parecidos. Su cara fijada en mí, como reclamando alguna urgente referencia, me mantuvo ajeno a la supuesta inquietud que la visita a El Remolino pudiera producirme.
Y es que Sergio había tenido razón en aquel primer encuentro después de dos años sin vernos. Me habló entonces de todo lo que había sido su vida durante ese lapso, de cómo consiguió reconstruirla, de lo bien que ahora se sentía lejos de castigos e imposiciones. Me invitó afablemente a conocer a Elisa, pero no mencionó a Talud. (Ese nombre vino después, a la tercera o cuarta vez que nos vimos por casualidad, cuando Sergio insistió en que lo acompañara a La Guaira.) Supongo que me dejó hablar, al menos pronunciar algunas frases: mudo no puedo haber estado. Yo le diría que para mí no había sido tan fácil, y si llegué a sentirme en plena confianza, hasta podría haberle comentado mi desubicación y constante sorpresa ante lo que acostumbrábamos llamar «el mundo». Sí, en ese reencuentro feliz que de alguna manera me devolvía a lo único realmente conocido, él se refirió también a sus clases particulares de música, y de entre sus alumnos a una muy especial.
–Tienes que conocerla –recuerdo muy bien que me dijo–. Cuando la veas descubrirás que lo que creíamos piedra inmóvil en realidad existe.
Pido ahora la segunda cerveza al mesonero que hace un gesto cómplice y me doy cuenta de que Sergio siempre gustó de los enigmas: el rostro de Elisa continúa persiguiéndome y ya sé por qué.
En eso estaba, tratando de precisar los rasgos del ángel, cuando entramos a El Remolino. (Reviso lo escrito y veo que ya lo ubiqué. ¿Debería describirlo?) Supongo que todos los bares se parecen, todos tienen mesoneras que sonríen entre dientes maltrechos y arrugas que se adivinan a través de las sombras. A Rosmelia sí no creo habérsela oído nombrar, sin embargo la presentó como a su más querida amiga: edad indescifrable; color de pelo y ojos indescifrables; vestimenta indescriptible. Sentada en sus piernas sirvió las dos cervezas mientras Sergio insistía en una tercera para brindar todos juntos, pero Rosmelia se negó, dijo que ella y sus muchachas sólo bebían champán. Fue entonces cuando solté la carcajada, eso creo, cuando la imagen persistente de Elisa me abandonó para dejarme solo e indefenso frente al disgusto de Rosmelia por mi imprudente risa, frente a sus muchachas, sus hombres borrachos, su rockola, las inacabables botellas y el bar.
Talud apareció después de la medianoche: lo estábamos esperando, la promesa de su llegada había sido repetida a lo largo de toda la velada por Sergio y Rosmelia. Ésta ya parecía haberme perdonado y buscaba la aceptación de mi parte para sellar la paz definitiva: me invitaba constantemente a bailar entre sus idas y venidas de atención a los clientes.
Para describir la primera impresión que tuve de Talud sólo puedo recurrir a su piel deslumbrante de tanta lustrosa oscuridad en medio de aquella oscuridad. Su gracioso patuá no me alteró en absoluto, su alegría, en cambio, me hizo aceptar la nueva insinuación de Rosmelia y salí hipnotizado a la improvisada pista de baile en donde un rato después me descubriría, completamente solo, danzando el famoso vals de Strauss, infaltable en cualquier rockola que se precie.
Alguien, tal vez el propio Sergio, Talud, Rosmelia o alguna de las otras mujeres, me guió hasta mi silla para enseguida pedirme una opinión sobre ella, Elisa. Volver a Elisa en aquel extraño estado de excitación y abandono era exigirme demasiado. Sergio insistía en que le confiara mis más íntimas impresiones y yo clavaba mis ojos en Talud. En el rostro intensamente negro del trinitario se me reveló el del ángel. La recordé entonar torpemente, como nunca lo harían los habitantes del cielo, las notas solicitadas pocas horas atrás por Sergio tras el piano. Sus pómulos, su nariz y su boca fundidos en la oscuridad de los rasgos de Talud me aproximaban por instantes a la resolución del enigma. Pero no tuve oportunidad de dar con el secreto: el ambiente sofocado del bar y mi amigo empeñado en explicarme la relación del otro con Elisa, me lo impidieron.
–Su profesor de inglés –repitió varias veces–. Él es su profesor de inglés y yo su profesor de canto.
A cambio de mi opinión, le rogué entonces, apoyado por Rosmelia,
que cantara.

*@*@*

Ya bebo la cuarta cerveza de esta mañana de sol y arenas que se incrustan en mis poros. El mar suena evocando un largo viaje en barco que hiciera siendo muy niño, de Las Palmas de Gran Canaria a Puerto La Cruz, Venezuela, el país elegido. Ya para entonces mi madre había decidido la vocación de su hijo. Mudados después al llano, debía asumir mi destino. Fue en el seminario de Calabozo donde, años más tarde, conocí a Sergio. Yo usaba sotana y él apenas intentaba comenzar a acostumbrarse. Pudo haber renunciado mucho antes, pero la posibilidad de estudiar música lo retuvo. Privilegiado por su talento, dedicaba las horas obligatorias de silencio y estudio a extraer sonidos maravillosos de un órgano o de su garganta. Muchos lo envidiaban, yo sólo lo admiraba, como anoche, cuando le pedía que cantara el Adestesfidelis.
La voz de Sergio se elevó por encima de los ruidos del bar, alguien apagó la rockola también transportado por el canto que Sergio repitió una y otra vez mientras yo retrocedía hasta la capilla que cobijó tantas dudas, volviendo a ver la piedra que era el rostro de Elisa en la oscuridad del de Talud.
No sé a qué hora de la madrugada abandonamos el bar en medio de los reproches de Rosmelia. Caminamos por callejones intrincados con la promesa de un vino exquisito y de la discoteca privilegiada de Talud. Cruzamos el corredor de una vieja casa con el mayor silencio posible que pueden conseguir tres hombres borrachos. Traspasamos el patio hasta llegar al cuarto prodigioso del trinitario. Encendió la luz sólo los segundos necesarios para prender una infinidad de velas, cuyas llamas inmóviles en aquel ambiente cerrado alumbraron un recinto tan maravilloso como el de cualquier ilustre sultán. Tal vez me falle la memoria, pero creo acordarme de tapices, alfombras y cojines diseñados con delicados arabescos. Talud nos atendió como a príncipes, descorchó lentamente el néctar prometido y lo escanció (ésa es la palabra) en copas que recuerdo del más fino cristal. No supe cuándo comenzó a oírse aquella extraña música, remedada por Talud en suaves quejidos que poco a poco hizo acompañar con su cuerpo. Descalzo, desnudo, el joven negro se deslizaba ágilmente por todos los rincones de la estrecha habitación como un pájaro danzante entre vapores de nubes. Las alas que sólo debían corresponder a Elisa eran de él. El espléndido espectáculo me pareció infinito, y si llegué a despertar de tan fascinante letargo, fue debido al beso profundo, lento y húmedo de aquellos inmensos labios que, confundidos con los de Elisa, me devolvían al ángel tallado en oscuro mármol, guardián del altar izquierdo de la capilla, único testigo de mi debilidad, de otro beso tan procaz como el de Talud, que Sergio me robó.

Relato incluido en el libro Mujer por la ventana de la escritora venezolana Silda Cordoliani, reeditado por Ediciones la Escalera

jueves, 16 de julio de 2009

Nguyen Quang Thieu



Recuerdo de julio

En mi sueño nuestros cuerpos cortaron la cama en una larga
diagonal.
Estamos acostados como dos árboles caídos en la tormenta
Sobre nosotros, leñadores con las caras cubiertas por máscaras,
Dejan caer una plomada entre nuestros cuerpos
Nos cortan en pedazos rojo sangre
No hacen ruido alguno.
La hoja nos atraviesa en destellos de luz, brillantes y llenos
de color como fuegos de artificio
Nuestra sangre de vida se eleva como polvo en las chispas.
Nuestra cama se convierte en un taller.
Trozos de vidas convertidos en camas, mesas, armarios, ataúdes.
Estamos en todas partes, pero los árboles ya no nos conocen.
Para ellos somos sólo un recuerdo ciego y mudo.
Los leñadores nunca piensan que nos levantemos de nuevo,
No sólo con aserrín y virutas.
Tiran los últimos pocos restos en el fuego;
Nuestras vidas brillan en el resplandor.
Los leñadores ahora están siendo sacados del taller.
Pasan bajo los árboles
Que cumplen sus últimos pedidos
Y les dejan conservar las máscaras.

Nguyen Quang Thieu (1957)
Breve antología de la Poesía vietnamita actual. Selección: Nguyen Bao Chan. Traducción al castellano: Nicolás Suescún
Tomado de la Revista Latinoamericana de Poesía Prometeo

miércoles, 15 de julio de 2009

Modos y maneras de morir de Mayte Bayón


Radiografía de modos y maneras de morir


MODOS Y MANERAS DE MORIR

A palo seco: De sopetón- teatral.
En accidente-inesperada.
De repente- bendita sea.
Durmiendo-es la mejor.
De un colapso-teatral.
De un susto-la más improbable.
De un golpe-brutal.
Con violencia- Dios nos asista!

Por inanición: De hambre- involuntaria.
De frío- temblando.
De soledad- despavorida.
De horror- huyendo.
De dolor-mejor no verlo.

Por extinción: De viejo-consumiéndose.
De asco-vomitando.
De pena-languideciendo.
De dignidad-ante todo compostura.
De rabia-rabiando.

Como si tal cosa: Trabajando-sospechoso.
Cantando-genial.
Riendo-quien lo diría.
Peleando-tonto del culo.
Amando-la mejor.
Rabioso: Aullando-como los lobos.
Carcajeando-muerto de risa.
Despotricando-muy elocuente.
Odiando-no es aconsejable.


Desapareciendo: Sin pena ni gloria-esfumándose.
Dulcemente-en la cama.
Perdonando-por fin.
Olvidando-viajando.


Sufriendo: Con dolores espantosos-Dios no lo quiera.
Pesaroso-perplejo.
Aborrecido-la peor.
Sulfuroso-infernal.
Sin querer-angustiosa.


Por equivocación: Por estar donde no se debe-escarmentado.
Por error-imbécil.
Por circunstancias- vaya por Dios!
Sin querer-por inconsciente.
En lugar de otro-sin comerlo ni beberlo.
Por un despiste- que suerte.


Por suicidio: Con gusto y deliberación-no me lo creo.
Con contundencia-sin pensarlo dos veces.
Por despecho-arrebatado.
Con astucia-sinceramente.
Por complacencia-asombroso.
Por estética-se dan casos.
Por amor-el mejor.
Por un ideal-¿cual ?
Con premeditación-y alevosía.
Por aniquilación-ya era hora.

Morir sencillamente: Con serenidad-un santo.
Cuando te llega la hora -que remedio.
Sin temor-divinamente.
Con conciencia-para siempre.

La peor muerte: En el anonimato
A montones.
A la intemperie.
En desalojo.
En la pobreza.
Sin amor.
En la noche oscura.
En terribles circunstancias.
En la cárcel.
En condena.
En cadena.
Por estupidez.
Por tonto.
Porque se lo merecía.





Muerta la risa se acabo la rabia.



Biniali-abril 2009

Fui ao norte vim ao norte...



... lá do Sul que longe fica.
Fiquei mais perto de Espanha
mais pertinho da Galiza.
E num recanto da Serra
lá na curva duma estrada
vi uma aldeia no fundo
para ser fotografada

Ficou aqui a presença
- a presença e a figura -
dum lugar de muito enlevo
e de muita formosura

Aldeia que tens na serra
no vale onde cresce a urze
tuas casas teu perfil
que ninguém de ti abuse

Que nunca o mal te destrua
- nem a água nem as chamas -
que sejas sempre gentil
mesmo pobre e quase nua
mesmo sem riqueza ou famas

Estava sol fazia sol
para seres fotografada
numa curva do caminho

mesmo à beirinha da estrada.

ns

martes, 14 de julio de 2009

Tres poemas de León Felipe

Dame tu oscura ostia

No te apiades de mí, luz cenicienta.
Dame tu oscura hostia, tu último pan…
Un sueño sin retorno y sin recuerdo.
Déjame hundirme en ese pozo negro,
más abajo del limo y de la larva…
Donde la vida es un fantasma verde
que nadie vio jamás.





Auschwitz

Esos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud...
que hablen más bajo...
que toquen más bajo...
¡Que se callen!...
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante tocaba muy bien el violín...
¡Oh, el gran virtuoso!...
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío
que está ahí, desgajado de sus padres...
Y solo.
¡Solo!
aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante... tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, "gran cicerone")
y aquello vuestro de la "Divina Comedia"
fue una aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa... otra cosa...
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú... no tienes imaginación,
Acuérdate que en tu "Infierno"
no hay un niño siquiera...
Y ese que ves ahí...
está solo
¡Solo! sin cicerone...
esperando que se abran las puertas de un infierno
que tú; ¡pobre florentino!,
no pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa... ¿cómo te diré?
¡Mira! Éste es un lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos
los violines del mundo.
¿Me habéis entendido poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud...
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo!... ¡Chist!...
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran violinista
y he tocado en el infierno muchas veces...
Pero ahora, aquí...
Rompo mi violín... y me callo.


El emperador de los lagartos

EL lagarto
se mece con el columpio del cangilón y pasa por la luz y el subterráneo
con un tiempo y ritmo poemáticos...
¡Eh! ¡Alto!
El poema también es un lagarto,
y el poeta, el gran emperador de los lagartos.

Y yo digo ahora, aquí, colgado
del péndulo que oscila entre los mundos que separan la rendija entreabierta de
mis párpados

aquí y ahora -sacad el reloj-a las tres, con el pico rojinegro del gallo;

¡Oid, amigos! La revolución ha fracasado.
Subid las campanas de nuevo al campanario.
Devolvedle la sotana al cura y al capataz el látigo,
clavad esas bisagras y quitadle el orín a los candados...
Que venga el cristalero y que componga los cristales rotos de los balcones
de Palacio...

Arreglad las trampas y los cepos y comprad alambre para los vallados...
Sacad de vuestros cofres los anillos ducales, las libreas y los viejos contratos...
Coronad a los poetas otra vez hojas de laurel purpurinado y regaladle a Franco
un espadón simbólico, una medallita milagrosa y un escapulario...
¡Viva Cristo Rey! ¡La revolución ha fracasado!

Esto lo he dicho a las tres. Pero ahora digo a las cuatro:
No obstante el que haga una casa que la haga teniendo en cuenta
ciertos planos...

y quien escriba un poema, que no olvide que se han viso ya pájaros
que se escapan de la jaula al matemático.
Por ejemplo: dos y dos no son cuatro.
( Y que todavía no se solivianten el tenedor de libros y el rotario:
Todavía seguiremos sumando unos cuantos días antes para que no se colapsen
los bancos.)

Y digo además: Se han oído gritos desesperados,
aullidos y blasfemias en el subterráneo;
se espera que después del homo sapiens, de los retóricos y de los teólogos,
surja un cráneo

que rompa los barrotes y los muros: Dios está todavía encarcelado.
Vendrán poetas de pólvora y barreno, con la mecha en la mano,
y harán saltar la roca donde aún sigue Prometeo encadenado.
( Pero no os asustéis. Antes nos comeremos otra vez el rancio pastelón
eclesiástico)

para que no se arruinen los panaderos de pan ázimo.)
Y esto no lo digo ni con los conejos del corral ni con las palomas del tejado:
lo digo desde el cubo del pozo que tan pronto está arriba como está abajo.

León Felipe (Tábara, Zamora, 1884 - Ciudad de México, 1968)



Max Aub y León Felipe

viernes, 10 de julio de 2009

Milton Nascimento y Caetano Veloso

La Tercera Orilla del Río



A terceira margem do rio

Hueco de palo que dice
Soy madera, orilla
Buena, profunda, triste
Trazo certero.
De orilla a orilla el río ríe
Silencioso, serio
Nuestro padre no dice, dice
Trazo certero
Agua de la palabra
Agua parada pura
Agua de la palabra
Agua de rosa dura
Proa de la palabra
Duro silencio, nuestro padre
Margen de la palabra
Entre las dos oscuras
Márgenes de la palabra
Clara luz madura
Rosa de la palabra
Puro silencio nuestro padre
De orilla a orilla el río ríe
Entre los árboles de la vida
El río ríe
Sobre la traza de la canoa
El río vió, vi
Lo que nadie jamás olvida
Oí, oí, oí
La voz de las aguas
Ala de la palabra
Ala parada ahora
Casa de la palabra
Donde el silencio habita
Brasa de la palabra
La hora clara, nuestro padre
Hora de la palabra
Cuando nada se dice
Fuera de la palabra
Cuando de lo más íntimo aflora
Tronco de la palabra
Río, trazo enorme nuestro padre.

@2@2@2@2@2@

Oco de pau que diz
Eu sou madeira, beira
Boa, da vau, triste
Risca certeira
Meio a meio o rio ri
Silencioso serio
Nosso pai não diz, diz
Risca terceira
Agua da palavra
Agua parada pura
Agua da palavra
Agua de rosa dura
Proa da palabra
Duro silencio, nosso pai
Margem da palabra
Entre as escuras duas
Margens da palabra
Clareira luz madura
Rosa da palabra
Puro silencio nosso pai
Meio a meio o río ri
Por entre as arvores da vida
O río ri
Por sob a risca da canoa
O río viu, vi
O que ninguém jamais olvida
Ouvi, ouvi, ouvi
A voz das aguas
Asa da palabra
Asa parada agora
Casa da palabra
Onde o silencio mora
Brasa da palabra
A hora clara, nosso pai
Hora da palavra
Quando não se diz nada
Fora da palabra
Quando mais dentro aflora
Tora da palavra
Rio, pau enorme nosso pai

De Caetano Veloso y Milton Nascimento




La tercera orilla del río pequeño cuento de Guimarães Rosa del año 1961. Caetano Veloso compuso un bellisimo tema basado en él.



LA TERCERA ORILLA DEL RIO (Joao Guimaraes Rosa)

Nuestro padre era un hombre cumplidor, ordenado, positivo y fue así desde jovencito y niño, por lo que testimoniaron las diversas personas sensatas, cuando indagué la información. De lo que yo mismo recuerdo, él no parecía más extravagante ni más triste que los otros, conocidos nuestros. Solamente quieto. Era nuestra madre la que mandaba y quien a diario regañaba a mi hermana, a mi hermano y a mí. Pero ocurrió que, cierto día, nuestro padre mandó que se le hiciera una canoa…… Era en serio.

Encargó la canoa, una especial, de cedro rojo, pequeña, sólo con la tablilla de popa, para que cupiera justo el remero. Tuvo que ser fabricada toda ella, elegida fuerte y arqueada en rígido, apropiada para durar en el agua unos veinte o trienta años. Nuestra madre mucho renegó contra la idea. ¿Sería posible que él, que no se ocupaba de esas artes, se iba a proponer ahora pesquerías y cacerías? Nuestro padre nada decía. Nuestra casa, en ese tiempo, estaba aún más cercana al río, cosa de menos de cuarto de legua: el río por ahí se extendía grande, hondo, callado siempre. Ancho, de no poder verse la otra orilla.

Y no puedo olvidarme del día en que la canoa quedó lista…… Sin alegría, sin inquietud, nuestro padre se caló el sombrero y decidió un adios. No dijo otras palabras, ni se llevó provisiones y ropas, ni nos hizo ninguna recomendación. Nuestra madre, pensé que iba a gritar, pero persistió, solamente alba de tan pálida, mordió el labio y bramó: -”¡Vete, puedes quedarte, no vuelvas más!” Nuestro padre contuvo la respuesta. Me miró, manso, haciendo ademán de que lo acompañara, sólo algunos pasos.

Temí la ira de nuestra madre, pero, de golpe, mañoso, obedecí. El rumbo de aquello me animaba, me asaltaba una idea y pregunté: -”Padre, ¿puedo ir con usted en esa canoa?” Volvió a mirarme y me dio la bendición, con un gesto me mandó de regreso. Hice como que vine, pero di la vuelta en la gruta del monte para saber. Nuestro padre entró en la canoa, la desamarró para remar. Y la canoa salió alejándose, lo mismo su sombra, como un yacaré, extendida larga…… Nuestro padre no regresó. No iba a ninguna parte. Sólo ejercitaba la invención de permanecer en aquellos espacios del río, de medio a medio, siempre en la canoa, para no salir de ella nunca más. Lo extraño de esa verdad espantó a la gente. Aquello que no había, acontecía. Los parientes, vecinos y conocidos nuestros, se reunieron, y juntos se aconsejaron.

Nuestra madre, avergonzada, se portó con mucha cordura; por eso todos atribuyeron a nuestro padre el motivo del que no querían hablar: locura. Unos consideraban que podría tratarse del cumplimiento de alguna promesa o que, nuestro padre, tal vez, por escrúpulo de alguna enfermedad, como ser lepra, despertaba para otra suerte de vida, cerca y lejos de su familia…… Las voces de las noticias eran dadas por ciertas personas -pasantes, moradores de las riberas, incluso en la lejanía del otro lado- diciendo que nuestro padre nunca surgía a buscar tierra, en ningún punto o rincón, ni de día, ni de noche, del modo como cursaba el río, libre, solitario. Entonces, nuestra madre y los parientes nuestros concluyeron: que las provisiones que estuvieran escondidas en la canoa se gastarían; y, él, o desembarcaba y se alejaba yéndose para siempre, lo que por lo menos se correspondía con lo correcto, o se arrepentía, de una vez, y volvía a casa…… Eso era un engaño.

Yo mismo cumplía con llevarle, cada día, un tanto de comida hurtada: idea que tuve, ya en la primera noche, cuando nuestra gente probó con prender fogatas a la orilla del río, mientras que a su claridad, se rezaba y se llamaba. Después, seguido, aparecí con pilocillo, pan de maíz, penca de plátanos. Avisté a nuestro padre, al fin de una hora, muy tardada de transcurrir: así solo, él allá a lo lejos, sentado en el fondo de la canoa, detenida en el liso del río. Me vio, no remó hacia acá, no hizo señas. Le enseñé la comida, la deposité en una cueva de piedras en la barranca, a salvo de alimañas, de lluvia y rocío.

Eso, hice y rehice siempre, mucho tiempo. Sorpresa que más tarde tuve: nuestra madre sabía de esa agencia, disimulaba no saberla; ella misma dejaba, facilitadas, sobras de cosas, para que yo las consiguiese. Nuestra madre no se manifestaba mucho…… Hizo venir a nuestro tío, su hermano, para ayudar en la hacienda y en los negocios. Hizo venir al maestro para nosotros, los niños. Encomendó al cura que un día se paramentase, en la orilla, para conjurar y rogar a nuestro padre que desistiera de la entristecedora porfía. Otra vez, por disposición de ella, para amedrentar, vinieron los dos soldados.

Todo lo cual no valió de nada. Nuestro padre pasaba a lo largo, entrevisto o desleído, cruzando en la canoa, sin dejar que se acercase nadie a la mano o a la voz. Incluso cuando estuvieron, no hace mucho, dos hombres del periódico, que trajeron lancha y pretendían retratarlo, no vencieron: nuestro padre desaparecía por el otro lado, aproaba la canoa en el brezal, de leguas, que hay, por entre juncos y matorrales, y él solo conocía, a palmos, su oscuridad…… Tuvimos que acostumbrarnos a aquello. A las penas, que aquello trajo, uno nunca se acostumbró, es verdad. Lo sé por mí, que lo quería, y lo que no quería, sólo con nuestro padre lo hallaba; esto tironeaba mis pensamientos para atrás. Lo duro era no entender, de ninguna manera, cómo él aguantaba. De día y de noche, con sol o aguaceros, calor, escarcha, y en los teribles fríos de la mitad del año, sin protección, sólo con el sombrero viejo en la cabeza, por todas las semanas, y meses, y los años -sin tener en cuenta su irse del vivir.

No bajaba en ninguna de las orillas, ni en las islas y los bajíos del río, nunca más pisó suelo o pasto. Claro, que al menos, para dormir, su poco, él debería amarrar la canoa en alguna punta de la isla, en lo escondido. Pero ni prendía fueguito en la playa, ni disponía de luz fabricada, nunca más raspó un cerillo. Lo que comía era casi; aun de lo que uno depositaba entre las raíces de la ceiba o en la gruta de la barranca, él recogía poco, ni lo suficiente. ¿No se enfermaba? Y la constante fuerza de los brazos, para mantener derecha a la canoa, resistente, aún en la demasía de las arroyadas, en el subir de las aguas, ahí cuando, en la embestida de la enorme corriente del río, todo arrolla el peligroso, aquellos cuerpos de animales muertos y troncos de árboles bajando -en espanto, en encuentro. Y jamás habló palabra con persona alguna. Nosotros, tampoco, hablamos más de él. Sólo pensábamos. No, nuestro padre no podía borrársenos, y si, por un rato, uno hacía como que olvidaba, era apenas para despertarse de nuevo, de repente, con la memoria, al provocarse otros sobresaltos…… Se casó mi hermana; nuestra madre no quiso fiesta.

Pensábamos en él, cuando se comía una comida más sabrosa; también, abrigados de noche, en el desamparo de esas noches de mucha lluvia, fría, fuerte, y nuestro padre, sólo con la mano y un guaje para ir vaciando la canoa del agua del temporal. A veces, algún conocido nuestro encontraba que me iba pareciendo más anuestro padre. Pero yo sabía que él ahora se había vuelto greñudo, barbón, con uñas grandes, enfremo y flaco, negro por el sol y por los pelos, con aspecto de bicho, casi desnudo, aunque disponía de piezas de ropa que de cuando en cuando se le proporcionaban…… Y no quería saber de nosotros: ¿no nos tenía afecto? Justamente por afecto, por respeto, las veces que me alababan a causa de alguna buena acción mía, yo siempre decía: -”Fue papá el que un día me enseñó a hacerlo así…”, lo que no era cierto, exacto, era mentira, por verdad. ¿Si él no se acordaba, ni quería saber más de nosotros, por qué, entonces, no subía o bajaba el río, hacia otros parajes, lejos, en lo no encontrable? Sólo él sabía.

Pero mi hermana tuvo un niño, ella porfió en que quería mostrarle el nieto. Fuimos todos al barranco, fue un lindo día, mi hermana con vestido blanco, el del casamiento; levantaba en los brazos a la criaturita, el marido sostuvo, para protegerlos, la sombrilla. Nosotros llamamos , esperamos. Nuestro padre no apareció. Mi hermana lloró, todos lloramos, allí, abrazados. Mi hermana se mudó, con el marido, lejos. Mi hermana se decidió y se fue, para una ciudad. Los tiempos cambiaban en la lenta prisa del tiempo.

Nuestra madre acabó yéndose también, para siempre a residir con mi hermana. Había envejecido. Yo me quedé aquí, el único. Nunca podría casarme. Yo permanecí, con los bagajes de la vida. Nuestro padre me necesitaba, lo sé -en su vagar por el río por el yermo- sin dar razón de su actitud. Cuando yo quise saber, y, resuelto, indagué, me dijeron lo que se decía: nuestro padre, alguna vez, había revelado la explicación al hombre que le preparó la canoa. Pero, ahora, ese hombre ya había muerto, nadie que supiese, que hiciese memoria de nada. Sólo las falsas habladurías, sin sentido, como ocurrió, en el comienzo, con las primeras crecientes del río, con lluvias que no escampaban, todos temieron el fin del mundo, decían: que nuestro padre había sido elegido como Noé, y que, por lo tanto, con la canoa se había anticipado; pues ahora medio lo recuerdo, mi padre, no podía condenarlo.

Y apuntaban ya en mí las primeras canas…… Soy hombre de tristes palabras. ¿De qué tenía yo tanta, tanta culpa? Si mi padre siempre ponía ausencia: y el río -río- río, el río -ponía perpetuidad. Yo sufría ya el comienzo de la vejez -esta vida era sólo demorarse. Yo mismo tenía achaques, ansias, cansancios, torpezas del reumatismo. ¿Y él? ¿Por qué? Debía padecer demasiado. Por más aventejado, no iba día más, día menos, a flaquear en su vigor, a dejar que la canoa se volcase o que flotase sin pulso, en el andar del río, para despeñarse, horas abajo en el estruendo y en la caída de la cascada brava con hervor y muerte. Apretaba el corazón. Él estaba allá, sin mi tranquilidad. Soy el culpable de lo que no sé, el dolor abierto, en mi fuero. Sabría, si las cosas fuesen distintas.

Y fui madurando una idea…… Sin vísperas. ¿Soy loco? No. En nuestra casa la palabra loco no se usaba, nunca más se usó, todos esos años, nunca a nadie se acusó de loco. Nadie es loco. O, entonces, todos. Lo fui, porque fui allá. Con un pañuelo, para hacer más visible la señal. Estaba en mis cabales. Esperé. Por fin él apareció, ahí y allá, el bulto. Estaba ahí, sentado en la popa, estaba allí, al grito. Llamé, unas cuantas veces. Y hablé, lo que me urgía, jurando y declarando, tuve que reforzar la voz: -”Padre, usted está viejo, ya cumplió lo suyo… Ahora, regrese, no debería… regrese y yo, ahora mismo, cuando quiera, los dos de acuerdo, ¡yo tomo su lugar, el de usted, en la canoa…!” Y, así diciendo, mi corazón latió en firme compás…… Él me escuchó.

Se levantó. Manejó el remo, en el agua, con la proa hacia acá, conforme. Y yo temblé, hondo, de repente: porque antes, él había erguido el brazo y hecho un saludo -el primero, después de tantos años transcurridos. Yo no podía… Con pavor, erizados los cabellos, corrí, huí, me arranqué de ahí en un proceder desatinado. Porque me pareció que él venía: de la parte del más allá. Y estoy pidiendo, pidiendo, pidiendo un perdón…… Sufrí el severo frío de los miedos, enfermé. Sé que nadie supo más de él. ¿Soy hombre, después de este perjurio? Soy el que no fue, el que va a callar. Sé que ahora es tarde, y temo concluir mi vida en la mezquindad del mundo.

Pero entonces, al menos, que, en el capítulo de la muerte, me agarren y me depositen también en una simple canoa, en el agua, que no cesa, de extendidas orillas: y, yo, río abajo, río afuera, río adentro -el río.