El número cero es el “no-número”. Representa el poder del vacío y su no-existencia hace posible el espacio. No expresa nada pero es el recipiente que todo lo contiene. El cero, como la locura, es el armazón que sustenta la idea de infinito, es el umbral entre la totalidad y la nulidad.
Todos los Templos del mundo
visibles e invisibles
ya estaban construidos en mi alma.
Desde la humedad lenta de los siglos
creo figuras con todas las visiones
soy una vidriera orientada a poniente
levantada por la luz coagulada de deseo de miles de pupilas.
Mis brazos de cruz latina esperan extendidos
el abrazo supremo de la piedra.
Teñida de líquenes que sostienen columnas y retazos de memoria;
los cuatro evangelistas recogiendo espigas junto al pórtico,
María Madre acunando en su regazo el Árbol de la Vida,
los Bienaventurados ofrendando a los elegidos semillas de granada.
Mi sombra hiberna en la memoria dormida de las gárgolas,
y fluye tibia cuando acaba la estación de los hielos,
filtrándose en las grietas, brotando en filamentos de musgo en las entrañas.
De mi cuerpo a tus muros,
de mi corazón al ara
donde se elevan las voces de los hombres gritando el Aleluya.
Mi sombra acecha oculta mezclada con reliquias de santos y profetas
de guerreros y nobles que creyeron alcanzar el Paraíso
porque sus huesos y su carne se unieron a la piedra,
reposo eterno en matrices benditas de suelos consagrados.
Mi luz se alza en bóvedas de nervaduras imposibles,
abrevando su sed de transparencia en el Santo Grial,
floreciendo en la estación de la Rosa Mística,
ascendiendo al vacío,
al no-lugar donde el universo se congela en cristales.
Los pilares del alma
enigmáticos y grises como troncos de higuera
desprenden un aroma sutil que me transporta a moradas inciertas,
me mece en aguas del Jordán, a la diestra del Bautista,
me fascina como el basilisco, dejándome inmóvil a lomos de un centauro,
prisionera en símbolos que no sé descifrar.
Siento el desasosiego de la marca ignorada del cantero
condenada a que el tiempo la invada con la calma de lo que va a ser visible.
Cicatriz en el ábside, materia inmóvil de umbral que no conozco.
Sensaciones y recuerdos se estremecen cubriéndome de hiedra.
La nostalgia, hija de la tierra, repta sigilosa por espacios invisibles
reviviendo la dicha de los días que fueron y no fueron,
si la acaricio y dejo que se enrosque entre mis brazos
arrastrará en sus huellas el dolor de lo que ya no me pertenece.
Trazo el cero, piedra angular inexistente,
Trazo el cero, parteluz que divide en dos el vacío,
y el desasosiego me transporta hasta el pilar de no-materia que todo lo sustenta.
Todo converge
Entre catacumbas y cúpulas planea mi espíritu como una mariposa,
larva abriéndose a la luz,
extendiendo sus alas en nervaduras de piedra,
marcando venas de plomo en los vitrales.
Liba con la serpiente y picotea con el águila las ofrendas del Templo,
clava junto al Arcángel Miguel la espada en el ojo de la bestia,
celebrando con los justos el sacrificio del cordero.
Todo converge.
Espacio y no espacio.
Templos visibles de la Tierra,
y Templos invisibles que habitan en mi alma.
Peregrino en mi cuerpo y en la Nada,
y descubro el lugar donde los sentidos sólo son un pretexto.
Me interno en los espacios donde puedo abrazar el no-sonido
donde cimientos, bóvedas, pilares y vitrales apenas son volutas de materia invisible.
Deambulo en la Geometría por mi ansia de dar forma a la Nada,
de cercar el punto tal vez inexistente
a partir del cual puedo comenzar a imaginar el infinito.
elena, soto, poema
elena, soto, poema