
Apretar, arrebujar el lugar recóndito donde suceden las milagros, la
cadencia prodigiosa de los hechos.
Amortajar el dolor y olvidarlo en una habitación oscura.
Lluvia que cae somnolienta, que resguarda los ojos penetrantes del
abismo, la sima barroca donde yacen los secretos, allí donde el
tormento late.

Suave vientecillo de sombra, tintineo de hojas y de trinos, rincón que
ampara y abre una puerta de penumbra.
Estar ahí sin merecer nada, saborear el aleteo, el suceder discreto de
las sutilísimas horas, tiempo prodigioso que separa y ahuyenta las
rencillas, que discurre en lo oscuro iluminando.
Permanecer sin soñar, sin apenas sentir, más que el murmullo que
vive y que resbala.
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