/ El establo de Pegaso: Poemas de Juan L. Ortiz

domingo, 15 de febrero de 2009

Poemas de Juan L. Ortiz

Juan Laurentino Ortiz , alias Juanele, y la orilla que se abisma

"...Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la
poesía
igual que en un capullo...
No olvidéis que la poesía,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del
amor…"




NO TE DETENGAS ALMA SOBRE EL BORDE
de esta armonía
que ya no es sólo de aguas, de islas y de orillas.
¿De qué música?

¿Temes alma que sólo la mirada
haga temblar los hilos tan delgados
que la sostienen sobre el tiempo
ahora, en este minuto, en que la luz
de la prima tarde
ha olvidado sus alas
en el amor del momento
o en el amor de sus propias dormidas criaturas:
las aguas, las orillas, las islas, las barrancas de humo lueñe?
¿O es que temes, alma, su silencio,
o acaso tu silencio?
Serénate, alma mía, y entra como la luz
olvidada, hasta cuándo?
en este canto tenue, tenuísimo, perfecto.

Del poemario El aire conmovido, 1949

SÍ, MIS AMIGOS, ALLÍ EN ESOS ROSTROS...

Sí, mis amigos. allí en esos rostros está el rostro.
El rostro que en la noche, en medio de la tempestad, entre
relámpagos,
en medio del martirio, con la sonrisa última muchas veces,
algunos entrevieron y saludaron como un alba.
La poesía también fue, la poesía también es, un llamado en la
noche,
tímido o firme, pero un llamado hacia ese rostro.
Acaso la belleza esté allí. Estamos seguros de que la belleza
está allí.
En ese resplandor que casi vuelve imprecisos los rasgos.
Sin velos. Como la luz de las aguas y de las flores en un puro
mediodía.
O como la del corazón que ha encontrado su centro.
Y las manos, ah, las manos que sufrieron las cadenas y
sangraron, las manos,
son aquellas, sí, aquellas que allá tejen la guirnalda del sueño
a lo largo de la tierra en la casa común.
Veis los dedos ahora finos afiebrados en torno de los tallos y
de los pétalos,
y de los pulsos precisos, y sobre las “páginas que defienden
su blancura”,
y sobre los silencios, tantos silencios que luego han de cantar?
Veis el gesto abierto hacia la colina que despierta como una
novia o como una hija?
Veis el gesto desvelado sobre el paisaje de las infinitas
respuestas
en la escala toda, relativa, del vértigo?
Pero veis sobre todo, pero sentís sobre todo,
que por las manos ahora fluye, recién fluye, la corriente,
la clara, la profunda corriente en que la criatura puede mirarse
de veras y ver el infinito?
Sí, mis amigos, allí en esos rostros está el rostro.
La belleza está allí, nuestra belleza.

Del libro El álamo y el viento, 1947

EN LAS GARGANTAS DEL YAN-TSÉ

Qué oyó Tou-Fou, qué oyó
en estos silencios que no dejan de subir y a la vez de caer,
fluidos de iris,
así,
a pesar de su espanto sin tiempo?

Sintió, solamente, como Li-Tai-Pe, que se prendían unos gritos
por ahí?
Y el vértigo de la piedra,
y el vórtice de la angustia
que no admite, de improviso, ni siquiera su agonía,
de paja,
aleteando, invisiblemente, casi,
en un junco...
que no admite ni eso para perderse, para perderse, en seguida,
en un sin límite
de congoja. . . o de niebla?

Del libro Del junco y la corriente, 1956


PREGUNTAS A LA MELANCOLÍA

Qué tiempo del alma
es éste que en la tarde, infinitamente, transparece
unas islas?

O es setiembre, sólo,
el que sueña sus espejos, abismándolos, aún,
al nivel del confín
que no termina, a su vez, de ser absorbido por el mismo
vacío?

Pero por qué se hunden
el verde y el celeste en la niñez… así:
por qué?

Por qué no vuelan, ellos, di, melancolía
si tienen, ya,
plumas…:
por qué?
Y de dónde miras tú, melancolía, si
misteriosamente,
al fin,
no parecen de aquí
ni los montes que recuerdan o que ansían o que olvidan
y que se sumen
al trasluz
de un espíritu, no?, de agua
y de aire?

De qué hierbas, entonces, tus ojos de doncella, di,
melancolía,
se azulan...
y se deslíen...
de cuáles?
Por qué ahora te curvas y subes hasta casi abovedar la
despedida,
aquélla,
que eterniza, ya, un río
y unas orillas...:
por qué?
si tu pensamiento, niña, al fin de savia, sólo habrá
de anochecer,
y anochecer,
una palidez de yermas,
más allá de lo que, apenas, si amarillamente,
urdiese
tu penumbra
y tu brisa
para la misma trama, acaso, a que por la mañana, te avendrías,
al disolver tus hojillas
en esa pecera que abrirá pero hacia arriba
o de arriba,
la sublimación del rocío...?

Por qué, en tal caso, te vas como una Ofelia por la línea
de lo alto
o en la línea sólo de tu frente, o del desvío,
justamente, del halo
que ha de apurarte, luego,
el sueño de la clorofila o la diadema hasta después,
todavía,
de instilarte la primicia
de una malaquita...:
por qué?
O es por ventura, la unidad contigo misma
o con el flujo que te empina
y te alisa,
lo que te hace combar, así,
destacadamente,
el minuto...?

Sería, pues, esto, di,
melancolía…?
di…?
O no tendrías nombre, ni necesariamente edad, ni esencia,
pues serías
y no serías
en la continuidad de ese “aire”
que oscurece y se ilumina de lo íntimo
de la vida
a la vuelta de nada...
o cuanto más, lo creíble y simultáneamente, lo increíble
que no deja de vivir
y de morir
en la fe de una caña que carecería
de articulaciones, para asumir, por ahí
la respuesta, sin tiempo, a las respiraciones, a la
vez,
del cielo
y de los abismos...?
O no podrías ser, después de todo, el viso
que en la oscuridad,
nuestra prisa
al borde del miedo,
nomina…:
ése de la mariposa de la descomposición y del horror que debe
de latir,
por lo demás, la fuga
de todo el iris,
a costa, es cierto, de ellos y quizás de una ausencia
sin secarse aun,
aunque en un devenir
que los negaría, extrañamente, o si quieres,
que los niega
así
con tu desdén mismo
de criatura toda frente, y del otro lado, o por encima,
así,
de los junquillos?

Del poemario La orilla que se abisma,

Juan Laurentino Ortiz, poeta argentino (Entre Ríos, 1896 - 1978).

Si admitimos que existen las casualidades, podría decirse que descubrí la poesía de Juan L. Ortiz por casualidad. Buscaba diferentes traducciones de los poemas de Tu Fu en Internet y puse en el buscador "Tu Fu, Du Fu, Tou-Fou", y en una de la entradas apareció En las gargantas del YAn-Tsé de Juan L. Ortiz. Leí el poema y, acto seguido, comencé a buscar más cosas de este autor. Pertenece a ese grupo de poetas poco conocidos, que cuando lo lees, vuelves a creer en la magia de la poesía. Llevo mucho tiempo con la idea de dedicarle una entrada y he dudado si transcribir varios poemas suyos a palo seco -su obra habla por si misma- o añadir algo más. Finalmente, encontré en el diario El Liberal.com una transcripción de una entrevista que apareció en el Nº 67 de la revista Crisis (1989), y que había sido realizada por Jorge Conti el 9 de febrero de 1972. Me ha parecido que podía ser más interesante conocer de primera mano su opinión sobre la poesía que incluir datos biográficos u otro tipo de información.

¿Qué es para usted un poeta, Juan?
Claro... la pregunta es grave porque, si nos remontamos a las primeras expresiones -cuando la poesía era asumida por el “vate” o “cantor”, el intérprete de la comunidad- entonces tenía que ver con cierta sabiduría o intuición natural de los pueblos, cuando todavía no se había producido la división del trabajo.
¿Entonces?
Si nos remitimos a esa fecha, claro, la poesía era la voz de la comunidad, pero en un sentido que trascendía la relación con los intereses inmediatos, que relacionaba a esa comunidad con todo lo que era operante en ella, quiero decir, cierta dependencia con todo el universo. En ese sentido podemos decir que el poeta es la voz de un pueblo. Si pienso al poeta en todas sus figuras o funciones, no es lo que ahora entendemos y acentuamos como sus relaciones con el entorno social o nacional ¿no? Aunque, claro, también tenía funciones casi religiosas, el poeta era el hombre que comunicaba con un poder o instancia superior...
Y la poesía venía a ser una manera de poner en marcha una serie de operaciones que servían para el conocimiento y la identificación con las fuerzas del mundo en un sentido, diríamos, mágico...
Allí comenzó lo que ahora señalamos como “magia” de la palabra, lo que va más allá de la pura significación y alude a ciertos poderes que no son los del significado estricto. La palabra era lo que Mallarmé señala como el nombre, lo que en la cultura hebrea se llamó el verbo y que se refería al génesis, a la creación...

Hoy estamos bastante alejados de ese concepto, ¿verdad Juan? ¿Cuál es su experiencia personal como poeta? Una vez se definió como un “vigílico”, alguien que está en vigilia, que está alerta...
Yo me refería a dos estados: de vigilia y de lo otro, que aparece como oponente pero que no lo es, el sueño. El poeta es un descubridor que pone en función todas sus potencialidades intelectuales pero en una tensión muy especial, en la que esa misma razón -que es patrimonio de todos- está como diríamos “ardiendo” y en otra dimensión que va más allá de la razón. La poesía es vigilia en cuanto es descubrimiento de cierta zona a la que no puede acceder el conocimiento común o racional. Entonces queda ese modo de aprenhensión previa, una disposición especial, cierta apertura que está muy bien expresada en la doctrina Zen, ese vacío previo para que las cosas, el universo, la realidad, impregnen la sensibilidad o el alma, como quiera llamarse... Y la poesía es también enajenación, éxtasis, sueño, en cuanto tiene que despersonalizarse para poder aprehender eso que es -en cierto modo- inefable. John Keats decía que el poeta estaba siempre perdiéndose, porque al nombrar cualquier cosa de la realidad tenía que identificarse con ella. Pero eso, a lo largo de la historia de la poesía ha habido como un movimiento pendular entre el éxtasis -como en el misticismo- y la tensión hacia la realidad.

¿Y si lo relaciona con su experiencia personal, Juan? Usted podría decir que esos estados no bastan por sí mismos, ya que usted ha consagrado su vida a consignarlos en palabras...

Sí. Porque estamos muy lejos de la vida de esas comunidades. Claro, yo siento que el ideal es ése; siempre me obsesiona cómo tenemos que buscar a través de todos los intersticios de la realidad esos momentos en los que comunicamos con algo que para esos pueblos era tan fácil como respirar. La vez pasada leí en Planeta que un francés fue a un pueblo de la Malasia que vive en una etapa equiparable a la Edad de Piedra: este hombre aprendió el idioma y entró en relación con uno de los sobrevivientes de esa comunidad, ganó su confianza y pudo conversar y hacerle preguntas. Bueno, asombra la facilidad que uno encuentra en ese aborigen para responder a preguntas con un alto grado de abstracción sobre el ser, la existencia, la nada, la muerte, como podría haberlo hehco un Kant, un Hegel o un Heidegger. ¡Una comunidad sobreviviente de la Edad de Piedra, fíjese!

¿Es viable el intento de rescatar para el relato la posibilidad del lenguaje poético, Juan? Quiero decir, contar historias tendiendo a unir esos momentos privilegiados y únicos y que finalmente historia y experiencia poética sean una totalidad...
También ahí está la aventura... La sorpresa, los meandros, el tejido de la realidad pueden estar en ciertos estados que se desarrollan y se aventuran en esas zonas. La aventura podría estar, por ejemplo, en la captación de esas zonas o la aproximación a ellas... Así que es posible hablar de lenguaje poético cuando es utilizado de una manera, diríamos -claro, hay que hablar de una forma en cierto modo religiosa- equivalente a la “iluminación”... Es decir, se carga tanto, pone en función tantas virtualidades fonéticas, rítmicas y conceptuales, que paradójicamente -y a la vez- se hace transparente. Y por hacerse casi inexistente recibe ciertas esencias, ciertas atmósferas, ciertos aires de esa realidad que al hombre se le escapan... y que no puede asir.

¿Cómo tiene que vivir un poeta, Juan? Usted, que ha sabido vivir de una manera al mismo tiempo partícipe y apartada...
Yo diría, en cierto modo perogrullescamente, como pueda vivir... Tendiéndose, esforzándose en ser fiel a sí mismo. Es decir, fiel a eso que por razones azarosas del modo de distribución de la energía social -o potencia o don a veces hasta relacionado con su inserción en la sociedad- le ha tocado a él asumir... el poeta tiene en ese sentido una responsabilidad y su vida debe ser una respuesta.
La unidad de vida y poesía debe darse a través de algo que está operando en uno y de lo que uno es responsable, que va informando la vida y la poesía... Sin esfuerzo, naturalmente. Y cuando es auténtica, se da. Es difícil, yo sé que es difícil en esta sociedad. Hay tentaciones, muchas facilidades, muchos encantos o maneras de adulterar, de pervertir... el prestigio, por ejemplo, que puede ser útil para muchas cosas.
El poeta debe ser fiel. Y luego, hay una cuestión fundamental: la conformidad consigo mismo. Yo no creo que un hombre pueda ser feliz, que pueda pasar el límite -quiero decir morir- sin haber sido una cierta unidad, habiendo vivido dividido en el “hombre social”. Porque si el poeta -o quien fuere- no es fiel, quien en primer lugar se perjudica es él mismo.

Por Jorge Conti
Crisis, 1989

la orilla que se abisma



Además del título de un poemario de Juan L. Ortiz,La Orilla que se abisma es un documental sobre su vida y obra realizado, en 2008, por el director argentino Gustavo Fontán.

"Muchas veces a lo largo de mi vida me hice una pregunta: ¿qué se puede conocer del otro? Y volví a formulármela pensando en Juan L. Ortiz, porque siempre tuve la sensación de que la acumulación de datos da un conocimiento precario sobre el otro. A esa pregunta general siguió una particular: ¿será posible mirar el paisaje de Entre Ríos partiendo de algunos principios estéticos del poeta, de modo que la película sea testigo de este diálogo con Ortiz? Así comenzó el viaje: un acercamiento cinematográfico a su poética"


"El principio estético lo encontramos en sus propias palabras. Cierta vez, cuando habla sobre Puerto Ruiz, donde nació, dice: "Al amanecer, cuando el sol estaba rasante, iluminaba parte de la vaca y parte de mi madre agachada ordeñando. A mí me impresionaba mucho porque se levantaba en ese tambo mucho vapor. Entonces todo se irisaba, se hacía un mundo de color muy tenue, hermoso: las vacas parecían una niebla'. Y tiempo después, afirma: "Se trata de cierto sentido brumoso que disuelve el contorno de las cosas para hacer sentir la unidad viviente".

Gustavo Fontán

1 comentario:

Paula Malugani dijo...

Gracias Elena por llevarnos a pasear con estos poemas del genial Juan L Ortíz. Un paseo por sus voces alegró mi camino de hoy. Un abrazo.