domingo, 30 de mayo de 2010
Potlatch de Arturo Carrera
RÍO DE LA PLATA
“En Tres Barquitos Pintados,
vienen aún a los tumbos —dice—. La Argentina,
vuelve en la superficie ondulante
de un género impreciso: ¡el plata!”
el plata no es un eco:
El dinero no es un eco.
el río desde mí
y esas palabras que de vos también se llevan
la mirada y los ojos ambiciosos
el río.
Los chicos que a su orilla se besan
parecen decir: “...quiero sostenerme
en tu sueño, padre frágil;
quiero sostenerme en
la desmesura de tu risa detenida... pero
viajera.”
Nuestro metal fiduciario no es el eco del destino,
ni de la plata que en tus entrañas imaginaron
los usureros que a tu orilla venían...
Ahora está lleno de cuerpos de hermosos jóvenes
que pagaron con su vida inocente el precio
de otro macabro potlatch.
Oh, único Eco: ¿Me oís? Te estoy llamando.
Ya no hay plata ni sueñera ni barro: es
sangre que en su coagulación eterna imita
el prestigio de otro río: el Nilo, el limo
donde viven como ideas, cuerpos intactos
en animación suspendida...
Y vivirán para mí, para mis hijos,
para mis deseadas descendencias como
figuras intocables del contrasentido en que fluímos,
¿es aún el equilibrio o la paz
nuestra Antigua Moneda?
Aunque esta moneda es un lugar de memoria,
una Argentina, un Plata, un Amor,
una Presencia que todavía encalla. La de ellos,
tan inolvidables como la monedita inolvidable.
¿Acaso no dijo Borges: “...pensé en una moneda
de 20 centavos que,
a diferencia de sus millares de hermanas,
fuera inolvidable,
que un hombre no pudiera olvidarla,
hasta el punto de no poder pensar
en otra cosa”?
... la mención del dolor argentino es ahora esta plata,
esta monedita que brilla en el fondo en cada puño,
en cada boca parece
la augusta cárcel
del amor intangible y difícil...
El límite del horror y su repetición en su vestigio,
más que los ruidos en el bolsillo,
su desfondado vacío,
y sólo en la memoria otra vez cada vez,
aquellos 20 centavos únicos,
de cara brillante y pegada a la vida,
a la salvación.
Tomado del poemario Potlatch de Arturo Carrera. Interzona Editora.
Potlatch es el nombre que se da a una ceremonia practicada por numerosos pueblos indios de América del Norte. Son celebraciones de intercambio, tanto de bienes materiales como inmateriales. La riqueza se regala, se tira al mar o se quema, en definitiva se consume para que se transforme en otra cosa.
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Arturo Carrera
sábado, 29 de mayo de 2010
XII Festival de Poesía de la Mediterrània
DELOS
29 de junio de 1995
29 de junio de 1995
horizonte rosa conmoción de luz
en la terraza de los leones
hago mío el tiempo la ciencia azul
de las águilas y las gaviotas
a lo lejos el marmóreo falo derruido de Dioniso
camino después con ligereza
los ojos saturados de silencio
un mosaico de panteras a mis pies
Nicole Brossard, del poemario Je m’en vais à Trieste (Camino a Trieste. Mantis editores. Traducción de Silvia Pratt.
La canadiense Nicole Brossard está entre los quince poetas de todo el mundo que participarán en el XII Festival de Poesía de la Mediterrània.
Además, leerán sus poemas en el Teatre Principal de Palma Saleh Abdalahi Hamudi, Nevena Budimir, Antoni Canu , Jacques Dupin, Mustafa Köz, Josep Pedrals, Jaime C. Pons, Arnau Pons, Peru Saizprez, Remi Raji, Carles Santos, Chistian Uetz, Jose Viale Moutinho y Blanca Luz Vidal.
PROGRAMA
31 de mayo 20 h. Acción poético musical "Nocturn" a cargo de Carles Santos y dedicada a la obra de Chopin y George Sand. En el edificio de Sa Riera de la UIB.
1 de junio 21 h. Concierto de los poetas musicales "Els amics de les arts", en el Teatre Principal de Palma.
2 de junio 21 h. Nit de la Poesia donde intervendrán quince poetas de todo el mundo: Saleh Abdalahi Hamudi, Nicole Brossard, Nevena Budimir, Antoni Canu , Jacques Dupin, Mustafa Köz, Josep Pedrals, Jaime C. Pons, Arnau Pons, Peru Saizprez, Remi Raji, Carles Santos, Chistian Uetz, Jose Viale Moutinho y Blanca Luz Vidal, en el Teatre Principal de Palma.
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Festival de Poesía de la Mediterránea
domingo, 23 de mayo de 2010
Cantos a Berenice de Olga Orozco
Repito post con una de mis poetas favoritas
Canto I
Si la casualidad es la más empeñosa jugada del destino
alguna vez podremos interrogar con causa a esas escoltas de genealogías
que tendieron un puente desde tu desamparo hasta mi exilio
y cerraron de golpe las bocas del azar.
Cambiaremos panteras de diamante por abuelas de trébol,
dioses egipcios por profetas ciegos, garra tenaz por mano sin descuido,
hasta encontrar las puntas secretas el ovillo que devanamos juntas
y fue nuesto pequeño sol de cada día.
Con errores o trampas, por esta vez hemos ganado la partida.
Canto VI
No comiste del loto del olvido
-el homérico privilegio de los dioses-,
porque sabías ya que quien olvida se convierte en objeto
inanimado
-nada más que en resaca o en resto a la deriva-
al antojo del caprichoso mar de otras memorias.
Y así escarbaste un día en tu depósito de sombras
y volviste a anudar con tiernos ligamentos huesecitos dispersos,
tejidos enamorados del sabor de la lluvia,
vísceras dulces como colmenas sobrenaturales para la abeja reina,
dientes que fueron lobos en las estepas de la luna,
garras que fueron tigres en la profunda selva embalsamada.
Y lo envolviste todo en ese saco de carbón constelado
que arrojaste hacia aquí, como hacia un tren en marcha,
y que en algún lugar dejó un agujero por el que te aspiran
y al que debes volver.
Canto VII
Aún conservas intacta, memoriosa,
La marca de un antiguo sacramento bajo tu paladar:
tu sello de elegida, tu plenilunio oscuro,
la negra sal del negro escarabajo con el que bautizaron
[tu linaje sagrado
y que llevas, sin duda, de peregrinación en peregrinación.
¿Para quién la consigna?
¿Qué te dejaste aquí? ¿qué posesiones?
¿O qué error milenario volviste a corregir?
Ahora llegas caminando hacia atrás como aquellos que vieron.
Llegas retrocediendo hacia las puertas que se alejan con alas vagabundas.
Tal vez te asuste la invisible mano con que intentan asirte
o te espante este calco vacío de otra mano que creíste encontrar.
Vuelcas el plato y permaneces muda como aquellos que vuelven,
como aquellos que saben que la vida es ausencia amordazada,
y el silencio,
una boca cosida que simula el olvido.
Canto IX
Pero salta, salta otra vez sobre las amapolas,
salta sobre las hogueras de junio sin quemarte,
como si supieras.
Asómate otra vez a plena luz por tu sombra entreabierta,
aunque sólo sembremos como niebla rastrera,
como invasión de arañas transparentes,
la sospecha de que somos de nuevo la bruja y la emisaria.
No lamerán tu rastro dos perros amarillos,
ni volarás en nubes erizadas a la fiesta de Brocken.
No tuvimos más búho que la ráfaga fría para ahuyentar los duendes.
Nuestra maldita alianza con el diablo
fue el poder del terror contra los roedores inasibles
que excavaban sus trampas debajo de la casa;
nuestra señal satánica,
la misma desmesura en la pupila
para precipitar allí las intenciones de la noche embozada;
nuestro pacto de sangre,
nada más que aquel trueque de enigmas insolubles:
otras nosotras mismas
Canto XIII
Se descolgó el silencio,
sus atroces membranas desplegadas como las de un
murciélago anterior al diluvio,
su canto como el cuervo de la negación.
Tu boca ya no acierta su alimento.
Se te desencajaron las mandíbulas
igual que las mitades de una cápsula inepta para
encerrar la almendra del destino.
Tu lengua es el Sahara retraído en penumbra.
Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de rostros.
Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces
modelos de este mundo.
Son apenas dos pozos de opalina hasta el fin donde se
ahoga el tiempo.
Tu cuerpo es una rígida armadura sin nadie,
sin más peso que la luz que lo borra y lo amortaja en lágrimas.
Tus uñas desasidas de la inasible salvación
recorren desgarradoramente el reverso impensable,
el cordaje de un éxodo infinito en su acorde final.
Tu piel es una mancha de carbón sofocado que
atraviesa la estera de los días.
Tu muerte fue tan sólo un pequeño rumor de mata que se arranca
y después ya no estabas.
Te desertó la tarde;
te arrojó como escoria a la otra orilla,
debajo de una mesa innominada, muda, extrañamente
impenetrable,
allí, junto a los desamparados desperdicios,
los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el poniente,
que oscila, que se cae,
que se convierte en nube.
Canto XIV
Jugabas a esconderte entre los utensilios de cocina
como un extraño objeto tormentoso entre indecibles faunas,
o a desaparecer en las complicidades del follaje
con un manto de dríada dormida bajo los velos de la tarde,
y eras sustancia yerta debajo de un papel que se levanta y anda.
Henchías los armarios con organismos palpitantes
o poblabas los vestidos vacíos con criaturas decapitadas o fantasmas.
Fuiste pájaro y grillo, musgo ciego y topacios errantes.
Ahora sé que tratabas de despistar a tu perseguidora con efímeras máscaras.
No era mentira el túnel con orejas de liebre
ni aquella cacería de invisibles mariposas nocturnas.
Te alcanzó tu enemiga poco a poco
y te envolvió en sus telas como un disfraz e lluviosos andrajos.
Saliste victoriosa en el irreversible juego de no estar.
Sin embargo, aún ahora, cierta respiración desliza un vidrio frío por mi espalda.
Y entonces ese insecto radiante que tiembla entre las flores,
la fuga inexplicable de las pequeñas cosas,
un hocico de sombra pegado noche a noche a la ventana, no sé, podría ser,
¿quién me asegura acaso que no juegas a estar, a que te atrapen?
Canto XVI
No invento para ti un miserable paraíso de momias de ratones,
tan ajeno a tus huesos como el fósil del último invierno en el desván;
ni absurdas metamorfosis, ni vanos espejeos de leyendas doradas.
Sé que preferirías ser tú misma,
esa protagonista de menudos sucesos archivados en dos o tres memorias
y en los anales azarosos del viento.
Pero tampoco puedo abandonarte a un mutilado calco de este mundo
donde estés esperándome, esperando,
junto a tus indefensas y ya sobrenaturales pertenencias
—un cuenco, un almohadón, una cesta y un plato—,
igual que una inmigrante que transporta en un fardo el fantasmal resumen del pasado.
Y qué cárcel tan pobre elegirías
si te quedaras ciega, plegada entre los bordes mezquinos de este libro
como una humilde flor, como un pálido signo que perdió su sentido.
¿No hay otro cielo allá para buscarte?
¿No hay acaso un lugar, una mágica estampa iluminada,
en esas fundaciones de papel transparente que erigieron los grandes,
ellos, los señores de la mirada larga y al trasluz,
Kipling, Mallarmé, Carroll, Eliot o Baudelaire,
para alojar a otras indescifrables criaturas como tú,
como tú prisioneras en el lazo de oscuros jeroglíficos que las ciñe a tu
especie?
¿No hay una dulce abuela con manos de alhucema y mejillas de miel
bordando relicarios con aquellos escasos momentos de dicha que tuvimos,
arrancando malezas de un jardín donde se multiplica el desarraigo,
revolviendo en la olla donde vuelven a unirse las sustancias de la separación?
Te remito a ese amparo.
Pero reclamo para ti una silla en la feria de las tentaciones;
ningún trono de honor,
sino una simple silla a la intemperie para poder saltar hacia el amor:
esa gran aventura que hace rodar sus dados como abismos errantes.
El paraíso incierto y sin vivir.
Berenice fue una gata de la poeta y este libro está dedicado a ella.
De Cantos a Berenice de Olga Orozco (1977)
Olga Orozco Obra poética E-book
Fragmento de un ensayo en el que la autora reflexiona sobre su poética. Tomado de Letras Libres (enlace para leer este magnífico texto)
Canto I
Si la casualidad es la más empeñosa jugada del destino
alguna vez podremos interrogar con causa a esas escoltas de genealogías
que tendieron un puente desde tu desamparo hasta mi exilio
y cerraron de golpe las bocas del azar.
Cambiaremos panteras de diamante por abuelas de trébol,
dioses egipcios por profetas ciegos, garra tenaz por mano sin descuido,
hasta encontrar las puntas secretas el ovillo que devanamos juntas
y fue nuesto pequeño sol de cada día.
Con errores o trampas, por esta vez hemos ganado la partida.
Canto VI
No comiste del loto del olvido
-el homérico privilegio de los dioses-,
porque sabías ya que quien olvida se convierte en objeto
inanimado
-nada más que en resaca o en resto a la deriva-
al antojo del caprichoso mar de otras memorias.
Y así escarbaste un día en tu depósito de sombras
y volviste a anudar con tiernos ligamentos huesecitos dispersos,
tejidos enamorados del sabor de la lluvia,
vísceras dulces como colmenas sobrenaturales para la abeja reina,
dientes que fueron lobos en las estepas de la luna,
garras que fueron tigres en la profunda selva embalsamada.
Y lo envolviste todo en ese saco de carbón constelado
que arrojaste hacia aquí, como hacia un tren en marcha,
y que en algún lugar dejó un agujero por el que te aspiran
y al que debes volver.
Canto VII
Aún conservas intacta, memoriosa,
La marca de un antiguo sacramento bajo tu paladar:
tu sello de elegida, tu plenilunio oscuro,
la negra sal del negro escarabajo con el que bautizaron
[tu linaje sagrado
y que llevas, sin duda, de peregrinación en peregrinación.
¿Para quién la consigna?
¿Qué te dejaste aquí? ¿qué posesiones?
¿O qué error milenario volviste a corregir?
Ahora llegas caminando hacia atrás como aquellos que vieron.
Llegas retrocediendo hacia las puertas que se alejan con alas vagabundas.
Tal vez te asuste la invisible mano con que intentan asirte
o te espante este calco vacío de otra mano que creíste encontrar.
Vuelcas el plato y permaneces muda como aquellos que vuelven,
como aquellos que saben que la vida es ausencia amordazada,
y el silencio,
una boca cosida que simula el olvido.
Canto IX
Pero salta, salta otra vez sobre las amapolas,
salta sobre las hogueras de junio sin quemarte,
como si supieras.
Asómate otra vez a plena luz por tu sombra entreabierta,
aunque sólo sembremos como niebla rastrera,
como invasión de arañas transparentes,
la sospecha de que somos de nuevo la bruja y la emisaria.
No lamerán tu rastro dos perros amarillos,
ni volarás en nubes erizadas a la fiesta de Brocken.
No tuvimos más búho que la ráfaga fría para ahuyentar los duendes.
Nuestra maldita alianza con el diablo
fue el poder del terror contra los roedores inasibles
que excavaban sus trampas debajo de la casa;
nuestra señal satánica,
la misma desmesura en la pupila
para precipitar allí las intenciones de la noche embozada;
nuestro pacto de sangre,
nada más que aquel trueque de enigmas insolubles:
otras nosotras mismas
Canto XIII
Se descolgó el silencio,
sus atroces membranas desplegadas como las de un
murciélago anterior al diluvio,
su canto como el cuervo de la negación.
Tu boca ya no acierta su alimento.
Se te desencajaron las mandíbulas
igual que las mitades de una cápsula inepta para
encerrar la almendra del destino.
Tu lengua es el Sahara retraído en penumbra.
Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de rostros.
Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces
modelos de este mundo.
Son apenas dos pozos de opalina hasta el fin donde se
ahoga el tiempo.
Tu cuerpo es una rígida armadura sin nadie,
sin más peso que la luz que lo borra y lo amortaja en lágrimas.
Tus uñas desasidas de la inasible salvación
recorren desgarradoramente el reverso impensable,
el cordaje de un éxodo infinito en su acorde final.
Tu piel es una mancha de carbón sofocado que
atraviesa la estera de los días.
Tu muerte fue tan sólo un pequeño rumor de mata que se arranca
y después ya no estabas.
Te desertó la tarde;
te arrojó como escoria a la otra orilla,
debajo de una mesa innominada, muda, extrañamente
impenetrable,
allí, junto a los desamparados desperdicios,
los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el poniente,
que oscila, que se cae,
que se convierte en nube.
Canto XIV
Jugabas a esconderte entre los utensilios de cocina
como un extraño objeto tormentoso entre indecibles faunas,
o a desaparecer en las complicidades del follaje
con un manto de dríada dormida bajo los velos de la tarde,
y eras sustancia yerta debajo de un papel que se levanta y anda.
Henchías los armarios con organismos palpitantes
o poblabas los vestidos vacíos con criaturas decapitadas o fantasmas.
Fuiste pájaro y grillo, musgo ciego y topacios errantes.
Ahora sé que tratabas de despistar a tu perseguidora con efímeras máscaras.
No era mentira el túnel con orejas de liebre
ni aquella cacería de invisibles mariposas nocturnas.
Te alcanzó tu enemiga poco a poco
y te envolvió en sus telas como un disfraz e lluviosos andrajos.
Saliste victoriosa en el irreversible juego de no estar.
Sin embargo, aún ahora, cierta respiración desliza un vidrio frío por mi espalda.
Y entonces ese insecto radiante que tiembla entre las flores,
la fuga inexplicable de las pequeñas cosas,
un hocico de sombra pegado noche a noche a la ventana, no sé, podría ser,
¿quién me asegura acaso que no juegas a estar, a que te atrapen?
Canto XVI
No invento para ti un miserable paraíso de momias de ratones,
tan ajeno a tus huesos como el fósil del último invierno en el desván;
ni absurdas metamorfosis, ni vanos espejeos de leyendas doradas.
Sé que preferirías ser tú misma,
esa protagonista de menudos sucesos archivados en dos o tres memorias
y en los anales azarosos del viento.
Pero tampoco puedo abandonarte a un mutilado calco de este mundo
donde estés esperándome, esperando,
junto a tus indefensas y ya sobrenaturales pertenencias
—un cuenco, un almohadón, una cesta y un plato—,
igual que una inmigrante que transporta en un fardo el fantasmal resumen del pasado.
Y qué cárcel tan pobre elegirías
si te quedaras ciega, plegada entre los bordes mezquinos de este libro
como una humilde flor, como un pálido signo que perdió su sentido.
¿No hay otro cielo allá para buscarte?
¿No hay acaso un lugar, una mágica estampa iluminada,
en esas fundaciones de papel transparente que erigieron los grandes,
ellos, los señores de la mirada larga y al trasluz,
Kipling, Mallarmé, Carroll, Eliot o Baudelaire,
para alojar a otras indescifrables criaturas como tú,
como tú prisioneras en el lazo de oscuros jeroglíficos que las ciñe a tu
especie?
¿No hay una dulce abuela con manos de alhucema y mejillas de miel
bordando relicarios con aquellos escasos momentos de dicha que tuvimos,
arrancando malezas de un jardín donde se multiplica el desarraigo,
revolviendo en la olla donde vuelven a unirse las sustancias de la separación?
Te remito a ese amparo.
Pero reclamo para ti una silla en la feria de las tentaciones;
ningún trono de honor,
sino una simple silla a la intemperie para poder saltar hacia el amor:
esa gran aventura que hace rodar sus dados como abismos errantes.
El paraíso incierto y sin vivir.
Berenice fue una gata de la poeta y este libro está dedicado a ella.
De Cantos a Berenice de Olga Orozco (1977)
Olga Orozco Obra poética E-book
"Dije que la poesía es una tentativa perversa y agregué que es una tentativa malsana. Y lo es, porque, como hemos visto, el poeta se expone a todas las temperaturas, desde la del hielo hasta la de la calcinación; soporta tensiones opuestas, desde la exaltación hasta el aniquilamiento; camina sobre tembladerales; se sumerge en profundidades contaminadas por todas las pestes del silencio y la palabra; transgrede las leyes de la gravedad y del equilibrio; pasa del vértigo hacia arriba a la caída en el espacio sin fin; encarna con perplejidad en cuerpos ajenos; padece asfixias y amenazas de desintegración, mientras permanece unido al seguro lugar de su diaria existencia sólo por un hilo que adquiere por momentos la fragilidad de lo imaginario".
Fragmento de un ensayo en el que la autora reflexiona sobre su poética. Tomado de Letras Libres (enlace para leer este magnífico texto)
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Olga Orozco
jueves, 20 de mayo de 2010
Dunia Hedreville Teatro Principal de Palma
Menos pausas
Dedicado a todas las mujeres de cuarenta y unos tantos
Dedicado a todas las mujeres de cuarenta y unos tantos
Non, je ne regrette rien
Cantándolo para poder volver a empezar de nuevo
Cantándolo para poder volver a empezar de nuevo
Dunia Hedreville
Canal Youtube de Dunia Hedreville
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Dunia Hédreville actuación
sábado, 15 de mayo de 2010
Charles Simic
Hotel Insomnia
Me encontraba a gusto en mi pequeño agujero
la ventana daba a una pared de ladrillo.
En el cuarto de al lado había un piano.
Algunas tardes al mes
un viejo inválido venía a tocar
'My Blue Heaven'.
Pero normalmente era un lugar tranquilo.
Cada cuarto tenía su araña con un pesado abrigo
y una mosca atrapada en su tela
de humo de cigarros y ensueño.
Estaba tan oscuro que no alcanzaba ni a ver mi cara
en el espejo cuando iba a afeitarme.
A las cinco de la mañana el sonido de unos pies descalzos en el piso de arriba.
Era el gitano adivino.
Alguien en el local de la esquina
se levantaba a mear después de una noche de amor.
Una vez oí, también, el llanto de un niño.
Estaba tan cerca que pensé,
por un momento, que era yo quien lloraba.
Hotel Insomnia
I liked my little hole,
Its window facing a brick wall.
Next door there was a piano.
A few evenings a month
a crippled old man came to play
"My Blue Heaven."
Mostly, though, it was quiet.
Each room with its spider in heavy overcoat
Catching his fly with a web
Of cigarette smoke and revery.
So dark,
I could not see my face in the shaving mirror.
At 5 A.M. the sound of bare feet upstairs.
The "Gypsy" fortuneteller,
Whose storefront is on the corner,
Going to pee after a night of love.
Once, too, the sound of a child sobbing.
So near it was, I thought
For a moment, I was sobbing myself.
Hotel Cielo Estrellado
Millones de cuartos vacíos con los televisores encendidos.
aún yo no estaba ahí, pero lo vi todo.
En la pantalla el Titanic hundiéndose
como un pastel de cumpleaños.
Poseidón, el recepcionista nocturno, apagó las velas.
¿Qué propina deberíamos dar al botones ciego?
A las tres de la mañana la máquina expendechicles
en el vestíbulo vacío
con el espejo hecho trizas
es la nueva Madonna con niño.
Selected Late and New Poems Charles Simic
EN LA BIBLIOTECA
Para Octavio
Hay un libro que se llama
“Diccionario de los ángeles”.
Hace cincuenta años que no lo abre nadie.
Lo sé porque, cuando lo hice,
las cubiertas crujieron y las páginas
se deshicieron. Aprendí en ellas
que los ángeles fueron abundantes
como especies de moscas.
Cuando se hacía de noche, el cielo
se llenaba de ángeles.
Había que agitar los brazos
a cada rato, para espantarlos.
Ahora brilla el sol
tras las altas ventanas.
La biblioteca está siempre en silencio.
Los dioses y los ángeles se apiñan
en oscuros volúmenes no abiertos
nunca por nadie. El gran secreto
yace en algún estante ante el que pasa
cada día Miss Jones, que hace su ronda.
Es muy alta, y mantiene
la cabeza inclinada, igual que si escuchara.
Son los libros: susurran.
Yo no, pero ella escucha.
Traducción de AURELIO ASIAIN en Letras Libres
Charles Simic (Belgrado,1938)
Me encontraba a gusto en mi pequeño agujero
la ventana daba a una pared de ladrillo.
En el cuarto de al lado había un piano.
Algunas tardes al mes
un viejo inválido venía a tocar
'My Blue Heaven'.
Pero normalmente era un lugar tranquilo.
Cada cuarto tenía su araña con un pesado abrigo
y una mosca atrapada en su tela
de humo de cigarros y ensueño.
Estaba tan oscuro que no alcanzaba ni a ver mi cara
en el espejo cuando iba a afeitarme.
A las cinco de la mañana el sonido de unos pies descalzos en el piso de arriba.
Era el gitano adivino.
Alguien en el local de la esquina
se levantaba a mear después de una noche de amor.
Una vez oí, también, el llanto de un niño.
Estaba tan cerca que pensé,
por un momento, que era yo quien lloraba.
Hotel Insomnia
I liked my little hole,
Its window facing a brick wall.
Next door there was a piano.
A few evenings a month
a crippled old man came to play
"My Blue Heaven."
Mostly, though, it was quiet.
Each room with its spider in heavy overcoat
Catching his fly with a web
Of cigarette smoke and revery.
So dark,
I could not see my face in the shaving mirror.
At 5 A.M. the sound of bare feet upstairs.
The "Gypsy" fortuneteller,
Whose storefront is on the corner,
Going to pee after a night of love.
Once, too, the sound of a child sobbing.
So near it was, I thought
For a moment, I was sobbing myself.
Hotel Cielo Estrellado
Millones de cuartos vacíos con los televisores encendidos.
aún yo no estaba ahí, pero lo vi todo.
En la pantalla el Titanic hundiéndose
como un pastel de cumpleaños.
Poseidón, el recepcionista nocturno, apagó las velas.
¿Qué propina deberíamos dar al botones ciego?
A las tres de la mañana la máquina expendechicles
en el vestíbulo vacío
con el espejo hecho trizas
es la nueva Madonna con niño.
Selected Late and New Poems Charles Simic
EN LA BIBLIOTECA
Para Octavio
Hay un libro que se llama
“Diccionario de los ángeles”.
Hace cincuenta años que no lo abre nadie.
Lo sé porque, cuando lo hice,
las cubiertas crujieron y las páginas
se deshicieron. Aprendí en ellas
que los ángeles fueron abundantes
como especies de moscas.
Cuando se hacía de noche, el cielo
se llenaba de ángeles.
Había que agitar los brazos
a cada rato, para espantarlos.
Ahora brilla el sol
tras las altas ventanas.
La biblioteca está siempre en silencio.
Los dioses y los ángeles se apiñan
en oscuros volúmenes no abiertos
nunca por nadie. El gran secreto
yace en algún estante ante el que pasa
cada día Miss Jones, que hace su ronda.
Es muy alta, y mantiene
la cabeza inclinada, igual que si escuchara.
Son los libros: susurran.
Yo no, pero ella escucha.
Traducción de AURELIO ASIAIN en Letras Libres
Charles Simic (Belgrado,1938)
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jueves, 13 de mayo de 2010
Mateja Matevski
En la casa de Copérnico
Mateja Matevski interviene en el VIII Festival Internacional de Poesía de Medellín leyendo el poema En la casa de Copérnico.
Vértigo
Me despierta mientras estoy tendido en la hierba con los ojos abiertos
En ellos un insecto se arrastra por el borde de una brizna
Transparentes alas cerúleas levantándose hacia el sol
La hierba tiembla por el no peso
de la sombra
apenas visible
y rechaza el minucioso cuerpo hacia arriba en el aire del verano
Las ramas del álamo plateado lo recogen
como centenares de alas grandes en ascensión veloz
Luego un repentino vuelo de bandadas de perdices temerosas
desde la linde
como arrojado grano de trigo
como camisas al viento
busca en ellos su nido ante el fuego de la madrugada
Arriba se deshilacha el vellón de las nubes
a través de él fluye el azul celeste
y la sangre gotea
en la región
azules círculos azules aros cúpulas azules del silencio
caen en el pozo azul de la mudez
La tierra gira lentamente por el vértigo de la mirada exhausta
después el ojo se cierra
y en su alberca tenebrosa lleva
todo el mundo
incluso el mediodía estival
ya desierto.
Mateja Matevski. Poeta e hispanista macedonio nacido en 1929 en Estambul
Traducción del macedonio por Kleopatra Filipova
Mateja Matevski interviene en el VIII Festival Internacional de Poesía de Medellín leyendo el poema En la casa de Copérnico.
Vértigo
Me despierta mientras estoy tendido en la hierba con los ojos abiertos
En ellos un insecto se arrastra por el borde de una brizna
Transparentes alas cerúleas levantándose hacia el sol
La hierba tiembla por el no peso
de la sombra
apenas visible
y rechaza el minucioso cuerpo hacia arriba en el aire del verano
Las ramas del álamo plateado lo recogen
como centenares de alas grandes en ascensión veloz
Luego un repentino vuelo de bandadas de perdices temerosas
desde la linde
como arrojado grano de trigo
como camisas al viento
busca en ellos su nido ante el fuego de la madrugada
Arriba se deshilacha el vellón de las nubes
a través de él fluye el azul celeste
y la sangre gotea
en la región
azules círculos azules aros cúpulas azules del silencio
caen en el pozo azul de la mudez
La tierra gira lentamente por el vértigo de la mirada exhausta
después el ojo se cierra
y en su alberca tenebrosa lleva
todo el mundo
incluso el mediodía estival
ya desierto.
Mateja Matevski. Poeta e hispanista macedonio nacido en 1929 en Estambul
Traducción del macedonio por Kleopatra Filipova
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miércoles, 12 de mayo de 2010
Poemas japoneses a la muerte
Escritos por monjes zen y poetas de haiku en el umbral de la muerte
Los crisantemos eran amarillos
o eran blancos
hasta la helada.
Quien viene sólo sabe que viene.
Quien se va sólo conoce su final.
Para salvarse del abismo
¿Por qué sujetarse al precipicio?
Las nubes bajas
Nunca saben adónde las llevará la brisa.
Sengai Gibon
****************************
Las sombras de un prolongado sol
se desdibujan en el crepúsculo.
Caen los pétalos del cerezo.
Soko
********************
Cielo claro.
Por el camino por el que vine
vuelvo.
Gitoku
*************************
La noche en que comprendí
que éste es un mundo de rocío,
me desperté del sueño.
Retsuzan
****************
Si alguien preguntara
adonde ha ido Sokan,
decid tan solo:
"Tenia cosas que hacer
en el otro mundo".
Sokan
*****************************
Hoy, pues, es el día
en que el muñeco de nieve que se derrite
es un hombre.
Fusen
*************************
Venas de agua
sombrean los arrozales con distintos
matices de verde.
Seiju
****************************************
Vine al mundo con las manos vacías,
descalzo lo dejo.
Venir, partir:
Dos sencillos sucesos
que se entrelazaron.
Kozan Ichikyo
***************************************
Se enciende
tan tenuemente como se apaga:
una luciérnaga.
Chine
Japanese Death Poems: Written by Zen Monks and Haiku Poets on the Verge of Death by Yoel Hoffmann. Traducción de Eduardo Moga.
Yoel Hoffman (autor de la antología, prólogo y comentarios) ha dividido este libro en tres partes: En la primera analiza las diferentes maneras de afrontar la muerte en la cultura japonesa a lo largo de los siglos a través de la tradición del poema a la muerte. En principio, estos poemas adoptaron una forma denominada tanka y estaban escritos sobre todo por monjes budistas, samuráis y estudiosos de la literatura china. A partir del siglo XVI la costumbre se fue popularizando, y muchas personas comenzaron a componer en forma de haiku sus poemas mortuorios.
En las otras dos partes de esta obra se recogen poemas escritos por monjes budistas zen y por poetas de haiku -muchos de ellos con notas explicativas de Hoffman sobre el significado de determinadas imágenes o las circunstancias o que rodearon a la muerte del autor-. La antología recorre un periodo de casi 700 años (1256-1935).
Los crisantemos eran amarillos
o eran blancos
hasta la helada.
Quien viene sólo sabe que viene.
Quien se va sólo conoce su final.
Para salvarse del abismo
¿Por qué sujetarse al precipicio?
Las nubes bajas
Nunca saben adónde las llevará la brisa.
Sengai Gibon
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Las sombras de un prolongado sol
se desdibujan en el crepúsculo.
Caen los pétalos del cerezo.
Soko
********************
Cielo claro.
Por el camino por el que vine
vuelvo.
Gitoku
*************************
La noche en que comprendí
que éste es un mundo de rocío,
me desperté del sueño.
Retsuzan
****************
Si alguien preguntara
adonde ha ido Sokan,
decid tan solo:
"Tenia cosas que hacer
en el otro mundo".
Sokan
*****************************
Hoy, pues, es el día
en que el muñeco de nieve que se derrite
es un hombre.
Fusen
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Venas de agua
sombrean los arrozales con distintos
matices de verde.
Seiju
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Vine al mundo con las manos vacías,
descalzo lo dejo.
Venir, partir:
Dos sencillos sucesos
que se entrelazaron.
Kozan Ichikyo
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Se enciende
tan tenuemente como se apaga:
una luciérnaga.
Chine
Japanese Death Poems: Written by Zen Monks and Haiku Poets on the Verge of Death by Yoel Hoffmann. Traducción de Eduardo Moga.
Yoel Hoffman (autor de la antología, prólogo y comentarios) ha dividido este libro en tres partes: En la primera analiza las diferentes maneras de afrontar la muerte en la cultura japonesa a lo largo de los siglos a través de la tradición del poema a la muerte. En principio, estos poemas adoptaron una forma denominada tanka y estaban escritos sobre todo por monjes budistas, samuráis y estudiosos de la literatura china. A partir del siglo XVI la costumbre se fue popularizando, y muchas personas comenzaron a componer en forma de haiku sus poemas mortuorios.
En las otras dos partes de esta obra se recogen poemas escritos por monjes budistas zen y por poetas de haiku -muchos de ellos con notas explicativas de Hoffman sobre el significado de determinadas imágenes o las circunstancias o que rodearon a la muerte del autor-. La antología recorre un periodo de casi 700 años (1256-1935).
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Tanka haiku
martes, 4 de mayo de 2010
Roberto Juarroz Poesía vertical
1
La vida dibuja un árbol
y la muerte dibuja otro.
La vida dibuja un nido
y la muerte lo copia.
La vida dibuja un pájaro
para que habite el nido
y la muerte de inmediato
dibuja otro pájaro.
Una mano que no dibuja nada
se pasea entre todos los dibujos
y cada tanto cambia uno de sitio.
Por ejemplo:
el pájaro de la vida
ocupa el nido de la muerte
sobre el árbol dibujado por la vida.
Otras veces
la mano que no dibuja nada
borra un dibujo de la serie.
Por ejemplo:
el árbol de la muerte
sostiene el nido de la muerte,
pero no lo ocupa ningún pájaro.
Y otras veces
la mano que no dibuja nada
se convierte a sí misma
en imagen sobrante,
con figura de pájaro,
con figura de árbol,
con figura de nido.
Y entonces, sólo entonces,
no falta ni sobra nada.
Por ejemplo:
dos pájaros
ocupan el nido de la vida
sobre el árbol de la muerte.
O el árbol de la vida
sostiene dos nidos
en los que habita un solo pájaro.
O un pájaro único
habita un solo nido
sobre el árbol de la vida
y el árbol de la muerte.
CUARTA POESÍA VERTICAL [1969]
1
¿Dónde está la sombra
de un objeto apoyado contra la pared?
¿Dónde está la imagen
de un espejo apoyado contra la noche?
¿Dónde está la vida
de una criatura apoyada contra sí misma?
¿Dónde está el imperio
de un hombre apoyado contra la muerte?
¿Dónde está la luz
de un dios apoyado contra la nada?
Tal vez en esos espacios sin espacio
esté lo que buscamos.
45
La parte de sí
que hay en el no
y la parte de no
que hay en el sí
se separan a veces de sus cauces
y se unen en otro
que ya no es sí ni no.
Por ese cauce corre el río
de los cristales más despiertos.
OCTAVA POESÍA VERTICAL [1984]
Roberto Juarroz, Poesía vertical; antología esencial
Buenos Aires: Emecé, 2001.
Yo me he sentido atraído en primer lugar por los elementos de la naturaleza. Nací en un pueblo al borde del campo. Mi padre era jefe de la estación de ferrocarril y teníamos enfrente el horizonte abierto. En esa pequeña ciudad de Coronel Dorrego me acostumbré desde muy chico a los silencios. Esas noches abiertas en donde se veían las estrellas, la luna nítida, los vientos, el agua, el árbol que para mí es un protagonista de la vida. Comencé mis lecturas muy temprano. Me atrajeron cada vez más y dediqué buena parte de mi vida a eso. Mientras tanto se fue configurando como lenguaje predilecto, o elector (tal vez me eligió a mí), la poesía.
Leí mucha poesía, de todos los tiempos y en varias lenguas, y poco a poco se fue formando ese hecho de vida que es escribir. Hasta que sentí que la poesía era un poco flácida, repetitiva, aún en los grandes poetas, con zonas en las cuales cedía la tensión interior, ese rango de intensidad que para mí tiene siempre el poema. Eso me llevó a concebir una poesía más ceñida, más estricta o rigurosa, en donde cada elemento fuera irremplazable. La inclinación fue la de recoger de las situaciones extremas eso que llevamos escondido en nuestro silencio, lo que barajamos y pocas veces decimos. Para eso necesitaba un tipo de lenguaje diferente que dejara de lado lo que las palabras tienen de ornamento, de euforia. Buscar formas de síntesis poética, que no es síntesis intelectual, en donde confluyeran emoción, sensibilidad, inteligencia.
Una forma de expresión que penetrase en las zonas aparentemente prohibidas. Zonas que mucha gente se veda a sí misma por temor. Albert Béguin, en El alma romántica y el sueño, dice que no se lee poesía porque se le tiene miedo. Es que la gran poesía desnuda las cosas. Es la búsqueda de lo abierto, no de una realidad cercada, estrecha, confortable que ya conocemos, sino un territorio que a veces el hombre ignora de sí mismo y en donde surgen, a veces, sus más ricos instantes.
Fragmento del reportaje “La poesía de Roberto Juarroz. Un rigor para la intensidad”, publicado en el Semanario Brecha de Montevideo el 3 de septiembre de 1993,
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Roberto Juarroz
domingo, 2 de mayo de 2010
Poema bakuba sobre la vida y la muerte
No hay aguja sin punta penetrante
No hay aguja sin punta penetrante
No hay navaja sin hoja afilada
La muerte llega a nosotros de muchas formas.
Con nuestros pies andamos por la tierra del chivo
Con nuestras manos tocamos el cielo de Dios
Algún día futuro, en el calor del mediodía,
seré llevado en hombros
a través del pueblo de los muertos
Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque,
le temo a sus espinas.
Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque,
le temo al agua que gotea.
Entiérrenme bajo los grandes árboles umbrosos del mercado
Quiero escuchar los tambores tocando
Quiero sentir los pies de los que bailan.
Poema anónimo de los Bakuba, pueblo del Congo Central, tomado de Poesía anónima africana de Carlos Yusti
De la serie Totems de Mayte Bayón
No hay aguja sin punta penetrante
No hay navaja sin hoja afilada
La muerte llega a nosotros de muchas formas.
Con nuestros pies andamos por la tierra del chivo
Con nuestras manos tocamos el cielo de Dios
Algún día futuro, en el calor del mediodía,
seré llevado en hombros
a través del pueblo de los muertos
Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque,
le temo a sus espinas.
Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque,
le temo al agua que gotea.
Entiérrenme bajo los grandes árboles umbrosos del mercado
Quiero escuchar los tambores tocando
Quiero sentir los pies de los que bailan.
Poema anónimo de los Bakuba, pueblo del Congo Central, tomado de Poesía anónima africana de Carlos Yusti
Totems hipnópticos de Mayte Bayón
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Poesia africana anónima
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