Arden los alfabetos
“Pero el mundo al que vuelvo ya no es el de antes. Yo soy un extranjero, como los muertos sin sepultura cuando suben del Aqueronte, y aunque estuviera en mi isla natal, en los jardines de mi infancia, que mi padre me encierra, ¡ay!, aun en ese caso sería un extranjero en la tierra, y ya no hay ningún dios que pueda ligarme al pasado.”
Friedrich Hölderlin “ HIPERIÓN”
I
El resplandor del fuego brilla sobre el mástil de las naves fenicias,
la sabiduría se resiste a morir
cae en pavesas sobre las ánforas cargadas de vino y púrpura
filtrándose en la mirra con que ungirán su cuerpo las doncellas.
Hipérbolas y elipses
trazan volutas de humo sobre el cielo de Alejandría
mientras el aroma dulzón del pergamino se extiende por las calles.
Los triángulos de Euclides y el universo de Tolomeo
se aferran a las sandalias de los mercaderes del Sahara.
Arden los alfabetos
y el olor a verbo quemado se mezcla
con el sudor acre de los soldados macedonios,
sazonado con las especias de los mercaderes de Oriente.
Una brisa suave arrastra las deltas hasta el delta del río,
varando a las taus hasta anclarlas en los espigones del puerto.
Arden las palabras y con ellas el Cosmos
su brillo oscurece en la noche los destellos del Faro.
El resplandor del fuego mece con las olas
los paños, las esencias, los mapas de otros mares,
rompe las constelaciones calcinadas junto al cabo de Loquias.
Todo el conocimiento se disuelve en las aguas,
y las cenizas se mezclan con las conchas
en la arena de la isla de Pharos.
Arde Alejandría mientras miro la noche,
mis pupilas reflejan los rescoldos
y
se alejan en las naves que abandonan el puerto.
Todo lo que he visto viaja a la otra orilla,
en ésta sólo quedan los restos de la sombra,
solitarias sigmas perdidas entre el grano.
Bebo cerveza en las tabernas de la antigua Racotis
para olvidar que he perdido los ojos.
II
Cuando humea el corazón después de la catástrofe,
y los recuerdos se exilian
y sabemos que serán enterrados en una tierra extraña
o mecidos por las aguas que nunca han azotado nuestra carne,
sentimos que no hay alfabeto que pueda combinarse
para contar con verdad lo que sabemos.
Guardamos nuestro frágil corazón en la región donde moran
los frágiles corazones de los hombres.
Aguardamos con dicha el toque de trompeta
que despierte las imágenes perdidas,
aguardamos con las cuencas vacías
a que nos sean devueltas las visiones,
mientras llega ese día
bebemos vino dulce y perdemos el sentido con cerveza,
desgarrando nuestro cuerpo con las conchas afiladas de la playa.
Esperando que olvido y cicatrices
nos recuerden que habitamos la tierra.
Audio del poema, recita Tomás Galindo
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