/ El establo de Pegaso: Granada de Eavan Boland

miércoles, 3 de agosto de 2011

Granada de Eavan Boland

La granada 

La única leyenda que he amado es

la historia de una hija perdida en el infierno.

Y encontrada y rescatada allí.

El amor y el chantaje son la esencia de esta historia.

Ceres y Perséfone los nombres.

Y lo mejor de la leyenda es

que puedo emplearla en cualquier parte. Y lo hago.

Como niña exiliada en

una ciudad de nieblas y consonantes extrañas,

la  leí por primera vez y al comienzo fui

una niña perdida en el crepúsculo del

el inframundo, las estrellas se apagaron. Más tarde

salí un atardecer de verano

buscando a mi hija a la hora de dormir.

Cuando ella vino corriendo, yo estaba dispuesta

a hacer cualquier trato para conservarla/quedarme con ella.

La llevé de vuelta entre hayas blancas

y avispas y los lilos de las mariposas con aroma a miel.

Pero entonces yo era Ceres y sabía que

A cada hoja de cada árbol de ese camino.

le aguardaba el invierno.

Algo que era inevitable  para todos los que por el pasáramos.
Y también para mí.
                    Es invierno

y las estrellas están ocultas.

Subo las escaleras y me paro desde donde puedo ver

a mi hija dormida con sus revistas juveniles,

su lata de Coca-Cola, su plato de fruta sin cortar.

¡La granada! ¿Cómo la he olvidado?

Habría podido regresar a casa y estar  a salvo y así
terminar la historia y nuestra
descorazonadora búsqueda, pero alargó la mano
y tomó la granada.
Extendió la mano y arrancó
el sonido francés de manzana y
el ruido de una piedra y la evidencia
de que incluso en la casa de la muerte,
en el corazón de la leyenda, en medio
de rocas llenas de lágrimas no derramadas
listas para transformarse en diamantes
cuando alguien contara su historia, una niña puede
tener  hambre. Podría advertirla. Todavía queda una
posibilidad.

La lluvia es fría. La carretera es de color pedernal.

El barrio tiene coches y televisión por cable.

Las estrellas veladas están sobre la tierra.

Es otro mundo. Pero qué otra cosa

puede dar una madre a su hija sino esas

hermosas grietas en el tiempo?

Si retraso el dolor, disminuiré la ofrenda.

La leyenda será tanto de ella como mía.

Entrará en ella. Como lo hice yo.

Se despertará. Sostendrá

la acartonada cáscara enrojecida en su mano.

Y en sus labios. Yo no diré nada.

Eavan Boland. La granada se publicó originalmente en el poemario In a Time of Violence, publicado por W. W. Norton & Company

Traducción, Elena Soto

 

The pomegranate 

The only legend I have ever loved is
the story of a daughter lost in hell.
And found and rescued there.
Love and blackmail are the gist of it.
Ceres and Persephone the names.
And the best thing about the legend is
I can enter it anywhere. And have.
As a child in exile in
a city of fogs and strange consonants,
I read it first and at first I was
an exiled child in the crackling dusk of
the underworld, the stars blighted. Later
I walked out in a summer twilight
searching for my daughter at bed-time.
When she came running I was ready
to make any bargain to keep her.
I carried her back past whitebeams
and wasps and honey-scented buddleias.
But I was Ceres then and I knew
winter was in store for every leaf
on every tree on that road.
Was inescapable for each one we passed. And for me.
                    It is winter
and the stars are hidden.
I climb the stairs and stand where I can see
my child asleep beside her teen magazines,
her can of Coke, her plate of uncut fruit.
The pomegranate! How did I forget it?
She could have come home and been safe
and ended the story and all
our heart-broken searching but she reached
out a hand and plucked a pomegranate.
She put out her hand and pulled down
the French sound for apple and
the noise of stone and the proof
that even in the place of death,
at the heart of legend, in the midst
of rocks full of unshed tears
ready to be diamonds by the time
the story was told, a child can be
hungry. I could warn her. There is still a chance.
The rain is cold. The road is flint-coloured.
The suburb has cars and cable television.
The veiled stars are above ground.
It is another world. But what else
can a mother give her daughter but such
beautiful rifts in time?
If I defer the grief I will diminish the gift.
The legend will be hers as well as mine.
She will enter it. As I have.
She will wake up. She will hold
the papery flushed skin in her hand.
And to her lips. I will say nothing. 

Eavan Boland (Dublín, 24 September 1944)

1 comentario:

A.M. dijo...

Ahora puedo sentirlo mucho más y me produce laceraciones...