Las islas Mergui
Las islas Mergui son huevas.
Simiente vertida ante el muslo de la rana,
que, Birmania azul, Siam amarilla, Annam verde,
se agacha y bracea, hundiendo el pie palmeado de Malaca
en las aguas de China.
No.
Mis islas Mergui no se bañan cantando en el océano índico.
Ellas surgen del mar de la noche, emergen en silencio
de la penumbra perpetua, sin día,
protuberancias con mechones de un negro verdoso, lomos
de búfalos inmensos que en las profundidades marinas
pastan un fuco castaño.
En sus ollares bulle la espuma.
La oscuridad brama en sus flancos. Pálido fuego sin llamas,
un relámpago
escapa tembloroso del cuerno arqueado.
Se extingue...
Bajo la maleza espinosa de la cima
se acurrucan pájaros sin alas con crines de caballo,
no identificados aún por naturalista alguno.
En un calvero rocoso
el ojo dorado de luna de la serpiente gris pizarra,
enroscada, inmóvil, se yergue en la noche eterna.
Pero en las grutas calcáreas.
cuyas paredes son devoradas por los hocicos de las olas,
roídos por los dientes de las gotas,
las iguanas marinas en gala nupcial verde malaquita
celebran lúbricos esponsales,
un buitre negro con la cara pelada, de un rojo azulado,
devora un pez de aletas púrpura,
de los orificios salen, veloces, oscuras golondrinas,
con las alas pardas, terrosas, el pecho
de un violeta sombrío,
florecen corales del color del clavel y del azafrán, aspirando
ya la presa, desplegando hacia ella el abanico
de sus tentáculos,
un gran caracol se envuelve en su manto de porcelana
con manchas de leopardo.
Y dormita.
Las naves fueron dispersadas por el viento.
Dispersadas... Despedazadas... Tablas a la deriva, jirones
del mundo que porta el cincel del artesano y el lápiz
del que escribe y el arado y el peso y la balanza
del comerciante,
mil ruedas impetuosas, mil palabras farfulladas
y el dinero. Aquí, en el inconstelado, se agazapa
el mudo crepúsculo,
lejos del tierno lamento lunar, de los cantos del sol
abrasadores, resplandecientes.
La tierra sueña, envuelta en el murmullo de los belfos
goteando sal de una nodriza viejísima.
Un resplandor mate, blancuzco, medita.
Sólo animal y planta.
Extraña rata de las cavernas, que incuba un huevo
del color de la turquesa, jaspeado de gris,
belladona, cuyas bayas de tinta
sumen a quien las come en el sueño de la muerte,
durante todo un año...
pero nadie se molesta en recogerlas.
Silencio. Ser todavía, sin hacer.
Allí donde los pámpanos prendidos con magros brazos
estrangulan los tallos minúsculos, imbricados,
bajo el plumaje de la acacia
el fruto solitario surge de la vaina verde profundo,
largo y redondeado, enhiesto, hinchándose en desnudo,
carnal, rubor.
Espera,
hasta que unos labios de aliento dulce, sensual,
susurrando, palpan entre la espesura, tocan,
se estremecen, envuelven:
tiembla,
y las vetas ocultas en la carne del fruto
derraman la semilla procreadora.
Gertrud Kolmar. Las islas Mergui del poemario Mundos. Edición de Berta Vías Mahou. Quaderns Crema, S. A. Acantilado.
Gertrud Kolmar, era el seudónimo de la poeta y escritora alemana Gertrud Käthe Chodziesner (Berlín, 10 de diciembre de 1894 - Auschwitz, marzo de 1943), detenida y deportada como judía en el campo de concentración de Auschwitz, donde murió víctima de la solución final nazi.
Información sobre la poeta y su obra:
Gertrud Kolmar (1884 – 1943: hedonismo y quimera en los territorios interiores. Dolors Sabaté Planes.
Gertrud Kolmar: un paraíso perdido, Radio Sefarad