/ El establo de Pegaso: agosto 2009

martes, 11 de agosto de 2009

Hasta comienzos de septiembre

VACACIONES

Hasta comienzos de septiembre mirándome el dedo meñique

martes, 4 de agosto de 2009

El huevo del pingüino, un poema de Alexis Figueroa

El huevo del pingüino





Contemplo la piel de un pingüino magallánico.
Fue encontrada en la playa hace ya tiempo.
El sol de atardecer teñía de púrpura sus plumas,
Que antes fueron agitadas por lloviznas.

El signo final de los libros es vacío
El signo tan redondo como tortilla voladora;
El signo blaco como un ojo de pescado;
Pulido hasta lo ebúrneo por la arena.

El símbolo furioso como un ojo de huracán,
El símbolo climático que repiten los mandala.
El símbolo es el cero;
Cual sea el ansia de los símbolos dispuestos:
El símbolo total es esa bola que la muerte
Empuja con su taco de billar.

Suma de símbolos inconclusos,
Suma de signos muy feraces,
Suma de signos tan prolíficos,
Como un bosque despertando en primavera.

Suma de símbolos que convocan la danza ritual de los lenguajes,
Y que muestran como el huevo,
En un símbolo arquetípico de vida.

Contemplo otra vez la piel de ese pingüino,
Aquella piel que me encontré sobre una playa;
Aquella piel que permitió que imaginara
Otra vez a este pingüino,
Vestido con la piel que lo cubría,
Rodeado de atributos natatorios.

Piel de pingüino sin pingüino;
Los libros de la historia encontrados en la playa de los tiempos.
Hilo de Ariadna la cominidad final de los discursos,
que nos permite vislumbrar el laberinto detrás de la metáfora.

El símbolo final de los libros es vacío,
El símbolo redondo y excentrico del huevo;
El gozoso arquetípico de la O tan femenina.

Un saludo Janet Bender,
donde estés.

Alexis Figueroa (Concepción, 1956)

ANTOLOGÍA La poesía del siglo XX en Chile. La Estafeta del Viento. Edición de Julio Espinosa Guerra.

domingo, 2 de agosto de 2009

Un poema de Jackie Kay



Lluvia torrencial

La noticia sobre nosotras se esparce como una tormenta.
De una punta a otra de nuestro pueblo.
Nos quedamos tras las cortinas
entreabiertas como capuchas; vigilamos las miradas de la otra.

Hablamos de cambiarnos al oeste,
esta zona siempre ha sido una caja de zapatos
atada con cordel; pero bueno
tu padre todavía vive en esa casa
donde recalentábamos espagueti a la boloñesa
al mediodía y bailábamos con Louis Armstrong,
su gramófono fuerte como los latidos de nuestros dos corazones
al ritmo de bum didi bum didi bum.

¿Lo sabías entonces? Yo comencé a salir con Davy;
cuando me encontraba contigo sólo decía Hola.
Metí su sonrisa de foto del metro en mi cartera
y la sacaba para enseñarla a mis amigas en el descanso.

Poco después supe que te casaste con Trevor Campbell.
Todas las noches me metía al comedor escolar
totalmente desnuda, hasta que me despertaba el Miss, Miss, Miss
minuto a minuto. Luego me topé contigo en la Cruz.

No has cambiado, dijiste; esa tranquilidad.
Ni tú tampoco; tu risa aún atraviesa la calle.
Te ubico en el pasado, radiante, hasta que
— por qué no vienes a casa, a Trevor le encantaría.

El no estaba. No sé cómo ocurrió.
No nos molestamos con un sarta de te acuerdas.
Pasé mis dedos por las cuentas en tu cabello.
Tu pelo es bonito dije tontamente, bonito, te va bien.

Nos sentamos y nos miramos hasta que nuestros ojos se llenaron
como un vaso de vino. Lo hice, aquello que
soñé un montón de veces. Te desvestí
despacio, cada prenda de vestir caía
con un suspiro. Acaricié tu piel sedosa
hasta que estábamos de vuelta en los Campamentos, bajando
las colinas corriendo bajo una lluvia torrencial,
gritando y riéndonos; totalmente empapadas.

Poema de Jackie Kay (Edimburgo,1961) tomado de Antología La Generación del Cordero. Antología de la poesía actual en las islas británicas, realizada por los escritores Carlos López Beltran y Pedro Serrano

sábado, 1 de agosto de 2009

Philip Larkin





Al mar

Sortear el pequeño muro que separa el camino
de la calzada de concreto que bordea la playa
evoca nítidamente algo conocido hace ya tiempo:
la diminuta algarabía de la orilla del mar.
Todo se agrupa bajo aquel horizonte:
la playa, el agua azul, toallas, rojos gorros de baño,
el renovado derrumbarse de las olas mansas
sobre la arena dorada y, a la distancia,
un vapor blanco clavado en el atardecer.

Y todo esto todavía ocurriendo, ocurriendo por siempre.
Yacer, comer, dormir al arrullo de la resaca.
(escuchar los receptores, aquel sonido todavía doméstico
bajo el cielo) o amablemente llevar de un lado a otro
a los indecisos niños, ornados de blanco,
aferrados al aire inmenso o conducir a los rígidos ancianos
para que disfruten su último verano,
es lo que sencillamente aún ocurre
en parte como un rito
en parte como un placer anual.

Como cuando, feliz de encontrarme libre,
buscaba Famosos del Criket en la arena,
o, mucho antes, cuando oyendo el mismo graznido marino
mis padres se conocían.
Ahora, ajeno a eso, veo la nítida escena:
El mismo agua transparente sobre los suaves guijarros.

Allá en la orilla las débiles protestas de lejanos bañistas,
y luego los cigarros baratos,
papel de estaño, hojas de té y,

entre las rocas, latas oxidadas de sopa, hasta que
las primeras familias inician el regreso hacia sus autos.
El vapor blanco ya sea ha ido. Como un cristal empañado
la luz se ha tornado lechosa. Si lo peor de un clima perfecto
es nuestro traje de baño suelto
puede ser que por hábito éste haga lo mejor,
llegar al agua desordenadamente desvestidos cada año;
enseñar a los niños mediante esa suerte de payaseo
y ayudar como se merecen a los viejos.


To the Sea

To step over the low wall that divides
Road from concrete walk above the shore
Brings sharply back something known long before
The miniature gaiety of seasides.
Everything crowds under the low horizon:
Steep beach, blue water, towels, red bathing caps,
The small hushed waves' repeated fresh collapse
Up the warm yellow sand, and further off
A white steamer stuck in the afternoon:

Still going on, all of it, still going on!
To lie, eat, sleep in hearing of the surf
(Ears to transistors, that sound tame enough
Under the sky), or gently up and down
Lead the uncertain children, frilled in white
And grasping at enormous air, or wheel
The rigid old along for them to feel
A final summer, plainly still occurs
As half an annual pleasure, half a rite,

As when, happy at being on my own,
I searched the sand for Famous Cricketers,
Or, farther back, my parents, listeners
To the same seaside quack, first became known.
Strange to it now, I watch the cloudless scene:
The same clear water over smoothed pebbles,


The distant bathers' weak protesting trebles
Down at its edge, and then the cheap cigars,
The chocolate-papers, tea-leaves, and, between

The rocks, the rusting soup-tins, till the first
Few families start the trek back to the cars.
The white steamer has gone. Like breathed-on glass
The sunlight has turned milky. If the worst
Of flawless weather is our falling short,
It may be that through habit these do best,
Coming to the water clumsily undressed
Yearly; teaching their children by a sort
Of clowning; helping the old, too, as they ought.

Philip Larkin, poema perteneciente al libro Altas Ventanas. Versión de David Miralles.