/ El establo de Pegaso: Métrica del cero y el vacío

lunes, 30 de junio de 2008

Métrica del cero y el vacío



El número cero es el “no-número”. Representa el poder del vacío y su no-existencia hace posible el espacio. No expresa nada pero es el recipiente que todo lo contiene. El cero, como la locura, es el armazón que sustenta la idea de infinito, es el umbral entre la totalidad y la nulidad.

Busco el centro

Todos los Templos del mundo

visibles e invisibles

ya estaban construidos en mi alma.

Desde la humedad lenta de los siglos

creo figuras con todas las visiones

soy una vidriera orientada a poniente

levantada por la luz coagulada de deseo de miles de pupilas.

Mis brazos de cruz latina esperan extendidos

el abrazo supremo de la piedra.

Teñida de líquenes que sostienen columnas y retazos de memoria;

los cuatro evangelistas recogiendo espigas junto al pórtico,

María Madre acunando en su regazo el Árbol de la Vida,

los Bienaventurados ofrendando a los elegidos semillas de granada.

Mi sombra hiberna en la memoria dormida de las gárgolas,

y fluye tibia cuando acaba la estación de los hielos,

filtrándose en las grietas, brotando en filamentos de musgo en las entrañas.

De mi cuerpo a tus muros,

de mi corazón al ara

donde se elevan las voces de los hombres gritando el Aleluya.

Mi sombra acecha oculta mezclada con reliquias de santos y profetas

de guerreros y nobles que creyeron alcanzar el Paraíso

porque sus huesos y su carne se unieron a la piedra,

reposo eterno en matrices benditas de suelos consagrados.

Mi luz se alza en bóvedas de nervaduras imposibles,

abrevando su sed de transparencia en el Santo Grial,

floreciendo en la estación de la Rosa Mística,

ascendiendo al vacío,

al no-lugar donde el universo se congela en cristales.


Trazo el cero

Los pilares del alma

enigmáticos y grises como troncos de higuera

desprenden un aroma sutil que me transporta a moradas inciertas,

me mece en aguas del Jordán, a la diestra del Bautista,

me fascina como el basilisco, dejándome inmóvil a lomos de un centauro,

prisionera en símbolos que no sé descifrar.

Siento el desasosiego de la marca ignorada del cantero

condenada a que el tiempo la invada con la calma de lo que va a ser visible.

Cicatriz en el ábside, materia inmóvil de umbral que no conozco.

Sensaciones y recuerdos se estremecen cubriéndome de hiedra.

La nostalgia, hija de la tierra, repta sigilosa por espacios invisibles

reviviendo la dicha de los días que fueron y no fueron,

si la acaricio y dejo que se enrosque entre mis brazos

arrastrará en sus huellas el dolor de lo que ya no me pertenece.

Trazo el cero, piedra angular inexistente,

Trazo el cero, parteluz que divide en dos el vacío,

y el desasosiego me transporta hasta el pilar de no-materia que todo lo sustenta.


Todo converge

Entre catacumbas y cúpulas planea mi espíritu como una mariposa,

larva abriéndose a la luz,

extendiendo sus alas en nervaduras de piedra,

marcando venas de plomo en los vitrales.

Liba con la serpiente y picotea con el águila las ofrendas del Templo,

clava junto al Arcángel Miguel la espada en el ojo de la bestia,

celebrando con los justos el sacrificio del cordero.

Todo converge.

Espacio y no espacio.

Templos visibles de la Tierra,

y Templos invisibles que habitan en mi alma.

Peregrino en mi cuerpo y en la Nada,

y descubro el lugar donde los sentidos sólo son un pretexto.

Me interno en los espacios donde puedo abrazar el no-sonido

donde cimientos, bóvedas, pilares y vitrales apenas son volutas de materia invisible.

Deambulo en la Geometría por mi ansia de dar forma a la Nada,

de cercar el punto tal vez inexistente

a partir del cual puedo comenzar a imaginar el infinito.


Elena Soto del libro Métricas del alma
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1 comentario:

Cosespetites dijo...

Ante vos, encantadora de palabras, me quito el sombrero.