James Hutton (1726 – 1797) |
«La mente parecía marearse al mirar tan atrás en el abismo del tiempo».
John Playfair
Siccar Point
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra», dice la Biblia,
y el arzobispo James Ussher fijó la fecha,
a partir de las Sagradas escrituras.
Todo comenzó el 22 de octubre del año 4004 a.C., al anochecer,
-paradójicamente, se puso el sol, cuando las luminarias
todavía no habían hecho acto de presencia en el Cosmos-.
Ussher afinó sus cálculos con sorprendente exactitud,
precisando que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso,
poco tiempo después, -concretamente, el 10 de noviembre del mismo año-;
o que el arca de Noé se posó en el monte Ararat,
el día 5 de mayo del 2348 a. C.
Pero, el calendario bíblico naufragó en los acantilados de Escocia,
cuando James Hutton intuyó la vasta edad de la Tierra,
observando periodos geológicos en los ángulos de las rocas.
En Siccar Point, en la costa del Mar del Norte,
encontró una discordancia,
la prueba definitiva que apuntaló su revolucionaria teoría y
comenzó a cuestionar la cronología bíblica,
con su concepto del ‘tiempo profundo’,
un tiempo que se extiende mucho más de lo que imaginamos.
Frente a la certeza de Ussher,
el geólogo no supo determinar la edad de la Tierra,
solo decía que su antigüedad era inconmensurable.
Hoy sabemos que una parte de los acantilados de Siccar Point
tiene unos 425 millones de años,
cuando Gondwana se alejaba del Polo Sur;
y la otra, alrededor de 345,
cuando los continentes emergieron de los mares poco profundos.
Elena Soto
En el occidente cristiano, hasta el siglo XVIII, los textos de referencia para calcular la edad de la Tierra eran las Sagradas Escrituras. La Biblia se convirtió en un tratado de geología y las palabras del Génesis Dios hizo el mundo en seis días, y al séptimo descansó, se tomaron al pie de la letra. Los estudiosos cruzaban la cronología bíblica con datos históricos que aparecían en documentos y refinaban los cálculos. Años arriba o abajo, ninguno le daba más de 6.000 años. Uno de los eruditos más famosos fue el arzobispo anglicano James Ussher (1581-1656) que, basándose en el Antiguo Testamento, precisó que la creación comenzó al atardecer del 22 de octubre de 4004 a.C.
Pero la aparición de fósiles y el estudio de los estratos llevó a algunos a ponerlos en duda y James Hutton (1726 – 1797), conocido como el “padre de la geología”, fue uno de los que pensaba que los tiempos requeridos para la formación de la corteza terrestre tenían que ser mucho más largos.
Hutton deduce que todas las transformaciones ocurridas deben haber requerido un tiempo indefinido, muy difícil de determinar a escala humana y que se extiende mucho más de lo que imaginamos, lo denomina Deep Time (tiempo profundo) un concepto que es equivalente al de tiempo geológico. Aunque no supo determinar la edad de la Tierra, fue el primero en captar que su antigüedad era inconmensurable, una idea que chocaba con la creencia cristiana, pero que supuso un avance extraordinario, ya que permitía comenzar a reconstruir la compleja historia de la vida en nuestro planeta.
Con el fin de comprobar sus teorías, Hutton realizó diferentes expediciones por las costas de Escocia, Gales e Inglaterra, en las que se dedicó a describir al detalle las rocas que encontraba, catalogándolas, lo que dio una amplia visión de los procesos geológicos responsables del modelado del paisaje.
En sus viajes de estudio a lo largo de la costa iba acompañado por distintos científicos, la mayoría amigos, deteniéndose en los lugares que consideraba de interés. Uno de los más famosos fue Siccar Point, en la costa de Berwickshire (Escocia), donde llamaron su atención los diferentes ángulos de las rocas en los acantilados. Aunque por aquel entonces no se sabía nada del movimiento de las placas tectónicas, intuyó que lo que estaba viendo eran periodos geológicos sucesivos.
El matemático y geólogo John Playfair, que realizó este viaje con él, comentó sobre esta experiencia «Los que de nosotros vimos estos fenómenos por primera vez, la impresión no será fácilmente olvidada… Sentimos necesariamente ser transportados a un tiempo cuando los esquistos en los que nos encontrábamos estaban todavía en el fondo del mar, y cuando la piedra arenisca apenas comenzaba a ser depositada, en forma de arena o barro, desde las aguas del supercontinente al océano… La mente parecía marearse al mirar tan atrás en el abismo del tiempo».
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