/ El establo de Pegaso: Herta Müller

viernes, 9 de octubre de 2009

Herta Müller



La Academia Sueca otorga el Nobel a Herta Műller por «dibujar los paisajes del desamparo con la concentración de la poesía y la objetividad de la prosa». Aunque había oído hablar de esta autora, la verdad es que nunca había leído nada suyo. Y lo que tienen los premios, comienzas a buscar información, en este caso algún texto para hacerte una idea. En el Cultural.es encontré varios fragmentos traducidos al castellano por Juan José del Solar. Transcribo uno que pertenece a El hombre es un gran faisán en el mundo.


EL BACHE

En torno al monumento a los caídos han crecido rosas. Forman un matorral tan espeso que asfixian la hierba. Son flores blancas y menudas, enrolladas como papel. Y crujen. Estás amaneciendo. Pronto será de día.

Cada mañana, cuando recorre en solitario la carretera que lleva al molino, Windisch cuenta qué día es. Frente al monumento a los caídos cuenta los años. Detrás de él, junto al primer álamo donde su bicicleta cae siempre en el mismo bache, cuenta los días. Por la tarde, cuando cierra el molino, Windisch vuelve a contar los días y los años.

Ve de lejos las pequeñas rosas blancas, el monumento a los caídos y el álamo. Y los días de niebla tienen el blanco de las rosas y el blanco de la piedra muy pegados a él cuando pasa pedaleando por en medio. La cara se le humedece y él pedalea hasta llegar. Dos veces se quedó en pura espina el matorral de rosas, y la mala hierba, debajo, parecía aherrumbrada. Dos veces se quedó el álamo tan pelado que su madera estuvo a punto de resquebrajarse. Dos veces hubo nieve en los caminos.

Windisch cuenta dos años frente al monumento a los caídos, y doscientos veintiún días en el bache, junto al álamo.

Cada día, al ser remecido por el bache, Windisch piensa: “El final está aquí”. Desde que se propuso emigrar ve el final en todos los rincones del pueblo. Y el tiempo detenido para los que quieren quedarse. Y Windisch ve que el guardián nocturno se quedará ahí hasta más allá del final.

Y tras haber contado doscientos veintiún días y ser remecido por el bache, Windisch se apea por primera vez. Apoya la bicicleta contra el álamo, sus pasos resuenan. Del jardín de la iglesia alzan el vuelo unas palomas silvestres. Son grises como la luz. Sólo el ruido permite diferenciarlas.

Windisch se santigua. El picaporte está húmedo. Se le pega en la mano. La puerta de la iglesia está cerrada con llave. San Antonio está al otro lado de la pared. Tiene un lirio blanco y un libro marrón en la mano. Lo han encerrado.

Windisch siente frío. Mira a lo lejos. Donde acaba la carretera, las olas de hierba se quiebran sobre el pueblo. Allí al final camina un hombre. El hombre es un hilo negro que se interna entre las plantas. Las olas de hierba lo levantan por encima del suelo.

Pertenece a El hombre es un gran faisán en el mundo. Editado por Siruela, 1992. La traducción es Juan José del Solar y el texto está tomado de El Cultural.es

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