/ El establo de Pegaso: enero 2016

viernes, 15 de enero de 2016

Sirio y la máquina de H. G. Wells

El año luz es una medida de longitud —la distancia que recorre la luz en un año—. Cuando decimos que Sirio está a 8,6 años luz, significa que la luz que proviene de ella ha tardado ese tiempo en llegar a nuestros ojos nosotros. El brillo de las estrellas que vemos nos lleva al pasado del Universo.


Sirio brilla en el cielo a 8,6 años luz

Sirio brilla en el cielo nocturno,
a una distancia de 8,6 años luz,
sus fotones atraviesan el espacio
y mi retina, como la máquina de H. G. Wells,
viaja al firmamento de ocho años atrás,
cuando la estrella de Lehman Brothers todavía no había colapsado,
y Fukushima aún era una ‘isla afortunada’.
El nervio óptico conduce las partículas de luz
desde la constelación del Can Mayor a mi conciencia,
en el trayecto el templo de Bel, en Palmira, ha sido destruido.
Rodeada de miles de destellos
interpreto la noche estrellada
creando un universo sin fisuras,
en el que lo que imagino, existe.
Y encadenando las señales de luz,
casi hasta el infinito,
en una secuencia que va más allá el límite del ojo.
El viento mece la hierba cana, arrastra los vilanos,
tenues filamentos galácticos suspendidos como sílfides
en el límite de lo transparente a la luz ultravioleta.
Contemplo un resplandor que ya fue,
este destello de Sirio
coincide con la violenta explosión de la supernova 2006gy
detectada por el telescopio Chandra X-Ray
y que ocurrió en la constelación de Perseo
unos 240 millones de años antes,
cuando las flores todavía no adornaban la Tierra
y las libélulas gigantes batían sus alas entre los helechos.
Encadenando las señales de luz
tejo una red de conexiones
que se adentra a la deriva hacia el horizonte de partículas
e imagino a estas criaturas cazando a sus presas
al resplandor de las explosiones estelares del Cámbrico.
Perfilo la escena, voy atrás en el tiempo
y veo la semilla algodonosa de la hierba cana
flotando como neblina cósmica ante mis ojos.


En septiembre 2006, el telescopio Chandra de rayos X detectó la explosión estelar más grande observada hasta entonces, la de la Supernova 2006gy, en la constelación de Perseo, alejada aproximadamente 238 millones de años luz. Los fotones de ese cataclismo comenzaron a viajar en el triásico cuando las tierras estaban unidas formando el supercontinente Pangea. El universo que vemos es una máquina del tiempo y con la ayuda de telescopios podemos retroceder hasta su infancia, cuando ni siquiera existía la Vía Láctea.


Esta entrada se publicó originalmente en la sección de Ciencia y Poesía de Tam Tam Press